¿Hay antidoping para los súper espías?
El legado Bourne es el ambiguo título de esta cuarta parte de la saga originalmente basada -y, en los últimos episodios, inspirada- en las novelas de Robert Ludlum sobre el intrépido y perseguido espía que encarnaba Matt Damon. Ambiguo porque, en cierto sentido, la película tiene que hacerse cargo de tres legados: el del propio agente Bourne, que desaparece de la trama y ahora la historia debe ser llevada adelante por un nuevo personaje; el del actor que la protagoniza (Matt Damon sale y entra Jeremy Renner); y el de la propia saga, que marcó un punto de quiebre en la estética del cine de acción de Hollywood gracias a la frenética y fracturada dirección de Paul Greengrass… que tampoco está más al frente.
Ese “legado” puede ser un beneficio para el marketing del film, pero es un peso a la hora de ver la película y compararla con las anteriores (por lo menos con las dos últimas). Da la sensación, al ver El legado Bourne que, de no existir esa comparación, la mayoría hablaría de una bastante sólida película de acción y suspenso. Pero, claro, no está a la altura de las anteriores y eso hace que uno termine extrañando a Greengrass.
De no existir ese “legado”, que está muy presente -y pesa- en la primera parte de la película, en tanto un contingente de capos de la CIA y de agencias aún más secretas se la pasan tirando links y datos “conectores” entre lo que le pasó a Bourne y lo que le pasará al agente Aaron Cross, veríamos con enorme placer una historia que podría no tener mucho que ver con los films anteriores.
Pero como no es así -y como tampoco Bourne parece haber logrado el status que tiene James Bond de cambiar de cara y cuerpo, y seguir como si nada sucediera-, la primera parte de la película es un intento forzoso de parte de Tony Gilroy (el guionista de toda la serie y ahora también director) de plantear la historia de Cross al mismo tiempo que transcurre el final de El ultimátum de Bourne. Es decir: mientras el “viejo” agente sacaba a la luz la existencia de un programa secreto de espionaje, en El legado… se revela la existencia de otro, aún más secreto y problemático, que incluye modificaciones genéticas y que lo comanda Edward Norton, por lo que más vale tener mucho cuidado.
Todo eso nos lleva a Cross, que Renner encarna de forma aún más dura, seca y cortante que Damon: casi una máquina que dispara, corre y golpea (muchas veces todo al mismo tiempo), gracias a las ventajas de unas capsulitas verdes y azules que no pasarían ningún control antidoping. Cross logra escapar de varios intentos por aniquilarlo -uno de los cuales lo obliga a una lucha de ingenio con un lobo para zafar de un misil…-, pero lo que le faltará pronto son sus pastillitas. Sin las que, según parece, pronto podría terminar convirtiéndose en una papilla humana.
Paralelamente a los gritos de Norton y a las corridas de Renner, está Rachel Weisz, que encarna a Martha Shearing (probablemente la científica más bella de la historia de la ciencia), quien sobrevive al ataque de locura de un compañero de trabajo que liquida sin piedad a todos los hombres con delantal que se ocupan de pastillas, agujas y otros derivados de la trama. Y es a partir de esa escena, brillante e intensa, que la película encontrará su ritmo, se despegará de las asociaciones varias con Bourne, y empezará a pesar por sí misma. Ya no importa tanto entender las operaciones Treadstone, Blackbriar o la nueva, Outcome. Será cuestión de ver cómo estos dos fugitivos hacen para escapar de esa especie de Gran Hermano que parece haberse vuelto el mundo entero al ser transmitido por cien pantallas en la CIA Plus.
El encuentro se produce en otra notable y violenta escena que tiene lugar en la casa de la perseguida Martha, y de allí en adelante ambos se escaparán mientras tratarán de saber un poco más no sólo de quién es el otro, sino de los detalles del programa en el que ambos participan. El único problema del constante crecimiento de la acción en el film es que, en su última parte (no conviene adelantar donde es ni cómo llegan allí), el aumento del ritmo derivará en una larga y frenética secuencia de fuga que, si bien funciona bastante bien en sus propios términos, está más cerca de pertenecer a una película de superhéroes que a la lógica de la saga.
No es que la saga Bourne haya sido realista ni mucho menos, pero en las veloces manos de Greengrass ha tratado siempre de ser plausible en sus propios términos, obligando en su camino a modificar la lógica por momentos absurda y hasta delirante de su hermana mayor, la saga Bond, que se “bournizó” con la llegada de Daniel Craig y un nuevo tipo de estética. Aquí, al final, Gilroy pone quinta velocidad, agrega un personaje propio de Terminator y tira la lógica interna de la saga (y de la película) casi por la borda.
Pero pese a algunos problemas específicos, da la impresión de que hay tela para cortar con Jeremy Renner al frente de la saga. Ya “liberado” del peso de la presentación y justificación del personaje, el actor tiene la energía y el nervio necesarios para construir un verdadero héroe de acción siglo XXI. Tal vez Greengrass, fiel a Damon, no quiera volver a ponerse al mando, pero si a su vieja amiga Kathryn Bigelow (que lo llevó a la fama en Vivir al límite/The Hurt Locker) se le da por hacer una película de Bourne, los resultados pueden ser verdaderamente letales. Con o sin antidoping. Trailer del film: