Nuevo rostro para un agente perseguido
Realizar una cuarta entrega de la saga de Jason Bourne sin su protagonista original, Matt Damon, y sin el realizador de las dos últimas, Paul Greengrass, significaba un desafío. Todo indica que la historia continuará ahora de la mano de Jeremy Renner, un nuevo agente, mezcla de Rambo y McGyver, quien se verá perseguido por ser parte de una feroz operación para conseguir al "hombre perfecto". Sin embargo, ningún cabo debería quedar suelto.
Aaron Cross es la pieza de este complicado rompecabezas (Bourne en las entregas anteriores intentaba averiguar que había detrás del programa secreto de la CIA, Treadstone) que se mueve entre el consumo de drogas y pastillas. Aunque el film se toma su tiempo para explicar diversas situaciones, tampoco queda demasiado claro el pasado del protagonista.
El relato cuenta con la dirección de Tony Gilroy (Michael Clayton; Duplicidad), quien expande el conflicto central imaginado por las novelas de Robert Ludlum. Acá Cross se unirá a una doctora (una siempre espléndida Rachel Weisz) para emprender un escape vertiginoso. La acción se traslada de Alaska a Filipinas con velocidad y en el bando antagónico (y muy poco confiable) se encuentran los personajes de Edward Norton (con un rol acotado), Stacy Keach, Oscar Isaac y los veteranos Joan Allen, David Strathairn y Scott Glenn, quienes retoman con pequeñas apariciones sus personajes.
Sin superar a las tres entregas anteriores, la película acierta en los momentos en los que Cross se ve acorralado: la secuencia de los lobos en un clima helado o la extensa persecución final a bordo de una moto, se llevan los aplausos y crean tensión.
La pérdida de la memoria que tenía Damon es reemplazada por una nueva droga que va dejando cadáveres por doquier y un inescrupuloso equipo que no duda en apretar el gatillo cuando las papas queman. Es entretenida, pero no es la mejor de la saga.