Crear 1, 2, 3... mil Bourne
El guionista y director de toda la saga creado por Robert Ludlum asume la dirección en esta nueva entrega que presenta a un nuevo héroe, a cargo de Jeremy Renner.
Para los fanáticos de la saga Bourne, esta nueva perla del rosario sin duda era esperada con particular interés, en tanto las tres películas anteriores –Identidad desconocida (2002) La supremacía Bourne (2004) y Bourne: El ultimátum (2007)– se constituyeron en un verdadero fenómeno que combinaban taquilla con un genuino producto industrial digno, del que casi ningún espectador podría sentirse decepcionado. Al menos así lo demostró el éxito que tuvo cada una de las entregas.
Lo cierto es que los productores hicieron una jugada más que arriesgada, frente a la negativa del director Paul Greengrass y del actor Matt Damon de continuar en el proyecto de la saga Bourne, y decidieron para la cuarta entrega de la franquicia sustituir al ya legendario agente Jason Bourne por el agente Aaron Cross, a cargo del actor Jeremy Renner (Vivir al límite, Atracción peligrosa, Los Vengadores).
El planteo no deja de repetirse: un agente debe luchar contra sus jefes del Departamento de Defensa que han decidido desactivar un plan entrenamiento en que se encuentran cinco agentes alrededor del mundo. Uno a uno serán eliminados, hasta que casi por casualidad, Cross evita caer en la trampa. A partir de allí, el nuevo agente tendrá que armar el rompecabezas para poder comprender por qué sus jefes intentan sacárselo de encima y cuáles son sus verdaderas posibilidades de sobrevivir.
La investigación lo llevará hasta a la joven científica Marta Shearing (Rachel Weisz), quien acaba de salvar su vida en un atentado donde murieron todos sus compañeros de laboratorio. Así, el despliegue conocido en los títulos anteriores de Bourne repite el esquema de las locaciones en varios continentes –con una facilidad que ya la quisiera Julian Assange, el perseguido creador de WikiLeaks–, mientras el agente y la bella científica se enfrentan al poder como pueden.
En suma, la historia va degradándose al punto de volverse ramplona, con una serie de monumentales secuencia de persecuciones que desprecia a la inteligente saga en un film estereotipado, pura superficie, con una enmarañada trama que nunca encuentra un eje.
En sus casi más de dos horas, El legado de Bourne confirma lo innecesario de su existencia, luego de las tres estupendas películas que la preceden.