¿Bourne está?
Para reinventar la saga, otro agente es el perseguido por el recontraespionaje.
Es un Bourne, sin Bourne. Aunque a Jason Bourne se lo vea sólo en fotos, el legado del que habla el título de la cuarta entrega de la saga, poco y nada tiene que ver con el agente creado por Robert Ludlum.
El principal motivo de que Bourne no esté en la película es que Matt Damon, quien lo interpretó en las tres primeras, dijo adiós. Y a diferencia del agente Jack Ryan, que entre otros tuvo los rostros de Harrison Ford y Ben Affleck, o Clarice Starling (Jodie Foster en El silencio de los inocentes y Julianne Moore su secuela, Hannibal ), para no hablar de James Bond, se ve que los productores no estaban convencidos de cambiarle la cara al personaje. ¿Creerán que Damon puede volver? Tal vez.
Por de pronto en El legado de Bourne el protagonista es otro agente y otro actor. Aaron Cross (Jeremy Renner) anda nadando con el torso desnudo en las heladas aguas de Alaska. Es parte de un entrenamiento (el nadar) y, el agente, parte de un proyecto de biogenética que debe ser borrado de la faz de la Tierra. Ya bastante tienen la CIA y otras agencias del recontraespionaje estadounidense con el bendito Bourne perdido por allí, acusándoles de todo como para dejar algún cabo suelto.
Por lo que Cross, a quien el actor de Vivir al límite le presta su rostro pétreo pero con más movilidad que un Stallone y al estilo de lo que generaba el más carilindo de Damon, deberá correr por su vida. Hay unas pastillitas, una azul (no es para eso) y la otra verde que explicarán por qué Cross tiene tamaña resistencia al dolor, entre otras cosas, y la bióloga (Rachel Weisz) que cada tanto le tomaba los análisis terminará, de buenas a primeras y tras algunas balaceras, inmiscuida en la huida de Cross y en la propia, cuando también quiera eliminarla. El malo de turno es Edward Norton, un malo de escritorio.
El legado de Bourne tiene una estructura de guión hiperrecontra básica. Salvando las distancias, si Kubrick había imaginado Inteligencia artificial en capítulos guionados bien diferenciados -lo que después hizo Spielberg al filmar es otra cosa-, Tony Gilroy armó secuencias que hasta podrían estar desconectadas. O formar parte de otra película.
Hay mucho diálogo y necesarias explicaciones en algunos bloques de escenas, pero cuando se viene la acción, hay tres secuencias (en el laboratorio, en la casa y la persecución) en las que las palabras sobran y si el ritmo interno se acrecienta, también se agregó más adrenalina en la mesa de edición.
Las películas de Bourne, a diferencias de las Misión: Imposible o las Bond, podrán transcurrir en diferentes ciudades (aquí se pasean por Alaska, ciudades estadounidenses, Manila, Seúl), pero saber que los malos están siempre del lado de uno genera cierto resquemor. Son estadounidenses vs. estadounidenses. Todos contra todos.
Por la pantalla pasean varias leyendas, como Albert Finney, Stacey Keach, Scott Glenn (jefe de Sterling en El silencio...) y otras caras conocidas que no vamos a mencionar.
¿Volverá Bourne ? Seguro. ¿Con o sin Bourne? Ese es otro asunto.