Esa maldita pastilla
El ¿final? de la era Bourne, encarnada ahora por Jeremy Reener, se despega de sus predecesoras. Manipulación genética, inteligencia mundial y acción en exclusivas dosis.
Una foto de Jason Bourne es el único rastro (y rostro) que se tiene en esta cuarta parte de quien fuera cara de una trilogía que ahora busca ¿analizarse, reinventarse?. Si Identidad, Supremacía y Ultimátum alimentó la figura de Matt Damon y dio una vuelta de tuerca interesante a las películas de espionaje, con El legado Bourne el cambio de figurita (Jeremy Reener en la piel de Aaron Cross) deja en la mesa los condimentos para servir apenas una discreta película.
Con diálogos demasiado extensos (lo que no garantiza un guión rico), el film del director y guionista Tony Gilroy es más un tratado de inteligencia mundial –con pasajes en Seúl, Manila, Alaska y urbes estadounidenses- que una película de acción. Hay momentos donde cuesta seguir el hilo de la película y confiar en los métodos y manipulaciones de terapia genética utilizados lo que la convierte en ciencia ficción pura, con escasa o nula conexión con la realidad. Una serie de pastillas azules que el agente conserva para su subsistencia serán su karma que a toda costa buscará cortar con la adicción.
La pata supuestamente verídica del film la tienen con el programa DARPA que está estudiando la modificación de los genes de los soldados para lograr una mayor tolerancia ante la falta de sueño, comida, sed. Y según científicos de la universidad de Arizona ya se produjeron avances al respecto: el ejercito probó una droga que anula los mecanismos del sueño.
Las escenas de acción de El legado Bourne se dan en un laboratorio, una vivienda y, quizás lo más logrado, la persecución en motocicleta (algo extensa aunque muy lograda cinematográficamente) que eleva el escaso grado de adrenalina sin olvidar los típicos finales ficcionados en este tipo de escenas. Una lástima. La inevitable unión entre el agente Cross, que a toda costa busca despegarse del programa secreto creado por la CIA, y la sexy biologa Rachel Weisz recorre un film que se deshilacha con el correr de los minutos.
Las escenas que demuestran el poder del espía casi superhumano, digno de los héroes de Marvel, rescata en dosis mínimas la velocidad, resistencia, agilidad y fuerza de su antecesor, Jason Bourne, al que se lo extraña. Y mucho. ¿Continuará?