El Equipo “B”
En la serie de Damián Szifrón, Los Simuladores, estaba el equipo A, encabezado por Mario Santos (Federico D’Elia) que se dedicaba a realizar las misiones “importantes” y un equipo B, encabezado por Feller (Jorge D’Elia), a los que se les derivaba los trabajos menores. Cuando en un capítulo Szifrón quiso dar un descanso a sus cuatro protagonistas, y darle mayor relevancia al equipo “B” con una misión que incluía la presencia del FBI, se confirmó que el ingenio de la serie se había ido al carajo y ya no era lo que había empezado siendo. De hecho, en el último capítulo, de alguna manera, el creador se disculpó por ello.
Con El Legado de Bourne sucede algo similar. Se trata de una película innecesaria. De transición, sería el adjetivo más apropiado. Como Paul Greengrass y especialmente, Matt Damon, se negaron a realizar la cuarta entrega de la saga, esta vez sin una novela de Robert Ludlum, su creador, como inspiración, los productores y ejecutivos de la Universal con Frank Marshall a la cabeza, buscaron un equipo “B” para dejar contentos a los fans de la franquicia, mientras ellos siguen negociando y esperando el regreso de Greengrass/Damon. Recordemos que fue el realizador de Vuelo 93, el que sacó a flote al personaje y le encontró un rumbo con La Supremacía de Bourne, ya que Identidad Desconocida de Doug Liman, había pasado con más pena que gloria por las salas cinematográficas, pero Greengrass le aportó vértigo, inteligencia, frialdad y dinamismo gracias a su estética seudo documental, cámara en mano, uso de zoom constante, cortes sin raccord. El tono la diferenció de todo lo que se había hecho con el cine de espionaje previamente, marcando una clara distancia del cine de James Bond. Por fin, el cine estadounidense tenía un agente secreto de verdad.
Pero duró poco la magia, y en la búsqueda de facturar, Marshall llamó a Tony Gilroy que se encargó de la adaptación de los primeros libros, para que creara un nuevo personaje dentro del mundo Bourne, escribiera el guión junto a su hermano y de paso, ponerse al frente de la dirección, ya que con Michael Clayton y Duplicidad no le fue mal.
Si El Legado Bourne permite que nos olvidemos durante un par de horas, de que fue hecha solo por una cuestión económica, más que para enriquecer narrativamente el legado de una saga, es porque Gilroy es un realizador de la vieja escuela, capaz, limitado, pero que ofrece un producto simpático, entretenido, redondo sin demasiadas pretensiones. Hay olor a choreo, pero el resultado se deja ver.
En Estados Unidos, se le dice “spin off” a una serie derivada de otra serie. Ejemplo reciente: lo que se quiso hacer con la serie Joey. Usan un personaje del mundo Friends y le da su propia serie. Acá sucede lo mismo.
Al mismo tiempo que la CIA persigue a Jason Bourne (o sea, la acción sucede en forma simultánea a Bourne: El Ultimatum), un equipo “B” liderado por dos coroneles retirados, comienza a asesinar a todos los superagentes que tuvieron el mismo entrenamiento de Bourne y a los científicos que desarrollaron las drogas que los volvieron súper soldados. El problema es que uno de estos agentes, Aaron Cross sobrevive al ataque, y del otro lado, una científica infectóloga, Martha Shearing, también logra escapar de un intento de asesinato. La única forma que tiene Aaron de seguir vivo es con las pastillas que diseñó Shearing, así que debe salvarla a ella también, y ambos, fugitivos de la CIA, buscar las drogas para Aaron.
Básicamente, Gilroy cambió el argumento de la saga, que pasó de ser acerca, la búsqueda de la identidad del protagonista a la lucha por la supervivencia, lo cuál por suerte, se establece como tema desde el primer minuto.
Hay varias subtramas que anclan con el resto de la saga, para que no parezca que esta podría haber sido una película llamada Aaron Cross y no tener relación con Bourne. Sin embargo en esta cruzada de Hollywood por alargar y exprimir productos rendidores, los caminos de Bourne y Cross se terminan cruzando.
Si bien el film tarda un poco en arrancar y es demasiado discursivo, y sobretodo explicativo, se debe admitir que Gilroy se desempeña bastante bien desarrollando persecuciones, creando escenas de tensión y suspenso. Además arma bastante bien al personaje de Cross. Es ambigúo pero un poco más humano, cálido, carismático que Bourne. Si el personaje de Damon era parco y poco dispuesto a responder preguntas, Cross al menos, sonríe, tiene puntos débiles, y pretende iniciar conversaciones en forma más amena. Casi se parece a James Bond. De hecho la diferencia que hace, Jeremy Renner con respecto a Matt Damon, es como la de Roger Moore con Sean Connery en la serie de Ian Fleming. Renner es más divertido, irónico, e incluso más seguro como intérprete que Damon. Además (y esto es apreciación personal) toma bastante del carácter rebelde pero canchero de Steve Mc Queen. Haber elegido al protagonista de Vivir al Límite como continuador de la franquicia es posiblemente la mejor elección de este equipo B.
Por otro lado Rachel Weisz, aporta belleza y cierta solvencia a su personaje, nada para destacar dentro una filmografía en la que ha tenido mejores interpretaciones, y Edward Norton se muestra frío y superficial como el villano corporativo de turno, aún ligado con un contrato esclavo que hizo con la Universal. El resto del elenco “importante” que provenía de las anteriores entregas solamente hace cameos, para dejar en claro que la saga no está muerta. Solo se agrega Stacy Keach, actor injustamente olvidado por el tiempo, en un rol menor.
Mientras esperamos que Damon y Greengrass acepten nuevamente realizar la quinta parte que cerraría definitivamente la saga (esperemos) debemos conformarnos con este producto menor, realizado por un equipo “B”, pero que al menos, resulta entretenido.