El debut en la dirección de Ari Aster es sin dudas una de las grandes sorpresas del año y una de las películas de género más potentes y sólidas de los, al menos, últimos 20 años.
Anclada en la nostalgia de un cine que supo, principalmente en los años ’70, jugar con el miedo fundador de todos los miedos, la muerte y lo sobrenatural, esta película trabaja con una familia y sus miembros para construir un relato de dolor y pérdida, de intriga y terror, de drama y vacío, que no quiere dejar de lado sus giros de guion para potenciar su historia. Toni Colette demuestra con solvencia su capacidad para crear personajes verosímiles y ricos.