La mayor virtud del último filme del veterano director de La hora de los hornos reside en que se trata de una película (personal) evitando lo que podría haber sido un suplemento melancólico de una campaña prematura
“Vamos a estar más cerca de Plutarco que de Jenofonte”, le dice Juan Domingo Perón al cineasta Fernando Solanas varias décadas atrás, cuando uno de los líderes del ya mítico grupo Cine Liberación lo entrevistaba al General todavía exiliado en España. La sentencia de Perón denota involuntariamente la propia ambivalencia y tensión de El legado estratégico de Juan Perón: el conveniente y honesto panegírico biográfico de un reverenciado “padre” de la patria y las ceñidas lecciones de historia argentina son dos proyectos narrativos que coexisten inorgánicamente en un mismo filme.
Didáctica como una publicación de Wikipedia y personal como si se tratara de las páginas de un diario de confesiones, la última película de Solanas se propone una misión doctrinaria alegando la legitimidad de su emisario: rectificar el legado del máximo líder histórico del país demostrando su actualidad y evidenciar que el intérprete, el propio Solanas, es una voz autorizada para el cometido. ¿En qué consiste la herencia peronista y por qué el pretérito mensaje del líder sigue siendo vigente?
El legado consiste en la construcción de un socialismo nacional con proyección continental. Ni a la izquierda, ni a la derecha, ni tampoco al centro. La famosa “tercera posición” alude a otra topología y reclama asimismo una cierta pureza que, excepto el General (y quizás Solanas), jamás demostraron los exegetas reales de la doctrina. A López Rega, el expresidente Menem y el matrimonio Kirchner se les adjudica el papel maldito: son los traidores de un movimiento identificado con la lealtad. El pasaje en el que se ve a Roberto Dromi legitimando las privatizaciones del menemismo es la síntesis de cómo se puede desvirtuar el presunto legado. Dos más dos no siempre es cuatro.
El enemigo es conocido y asume rostros diversos; así opera el neocolonialismo mental y físico de ayer y del siglo XXI. La lucha por la emancipación necesita de una revolución de las estructuras, diría el General. Cualquier ideología (un texto) necesita de un contexto, una genealogía y un porvenir. Para eso, Solanas articula un relato (justicialista), tan mistificador como paradójicamente genuino, a partir de sus propias películas y diversos materiales de archivo, que incluye la indesmentible palabra del propio Perón.
Acompañados por jóvenes aprendices, el director, impecablemente vestido de blanco, imparte sus conocimientos y transmite el legado. Su fe no es partidaria sino generacional. He aquí el ABC de un peronismo impoluto, casi sagrado, acaso metafísico.