“¿Vos pensás, cuando hacés, en la posteridad?”, le pregunta por teléfono Jorge Demirjian a su hijo, Rodrigo, trazando paralelismos entre sus obras pictóricas y la carrera del cineasta. Para Jorge, el crear con la inmortalidad como meta no era prioritario y, aún así, plantea el interrogante, deja la puerta abierta, como si en el fondo hubiese meditado sobre ello en más de una ocasión. Podríamos decir que esa consulta espontánea sintetiza la complejidad de ese hombre, pero si El legado deja algo en evidencia es que Jorge no era una figura sencilla de aprehender y mucho menos de traspolar a un documental dirigido por el propio Rodrigo, estrenado este año en el Bafici. Sin embargo, el realizador se sobrepone a los obstáculos -entre ellos, encontrarle el tono a su trabajo- y entrega una producción que es emotiva sin ponerse solemne y humorística sin restarle impacto a la muerte de Jorge.
El puntapié es la llegada de Rodrigo a Buenos Aires, tras quince años de no pisar la ciudad, con motivo del fallecimiento de su padre. El director viaja desde Madrid y se reencuentra no solo con su familia sino también con uno de los tantos legados que dejó su progenitor, más de dos mil obras que se encuentran en un taller. Así, entre viejas conversaciones en las que se escuchan las diatribas intelectuales de Jorge (a las que su hija hace alusión en el documental), el sentido recorrido por su atelier y los testimonios brindados sin impostaciones, Rodrigo redescubre a Jorge y, en ese arduo proceso, se cuestiona su propio deseo de ser padre, una de las aristas más interesantes de un trabajo auténtico y conmovedor.