Nuestras esperanzas
Godard es una figura esencial, mítica, inimitable. No es lo mismo ver su última película que cualquier otra de la cartelera. Me resulta difícil afrontarla con la misma inocencia. Entro a la sala con una mochila cargada con todas sus películas, muchas de ellas vistas varias veces. La pantalla es un abismo sin fondo de donde emerge la voz rocosa del autor recitando sus versos elegíacos. Palabras furtivas, dibujos efímeros compartidos por unos pocos, imágenes que se fusionan, se alternan y se superponen para que surja una belleza incómoda. El cine de Godard se vive: cada uno permanece bajo su influencia. Algo se imprime en nuestra retina sin que encontremos palabras para teorizarlo. Solo podemos contemplar el fascinante magma visual y sonoro, ser absorbidos por la corriente, convertirnos en una esponja de sensaciones.El carácter introspectivo de este collage audiovisual extraordinario que interroga todas las técnicas y posibilidades del cine solo puede ser amalgamado en la mente y en el corazón de cada uno. El libro de imagen es la forma más pura de nuestro inconsciente colectivo hecho de películas, recortes de noticias y otras imágenes históricas y culturales en las que está basada nuestra civilización.
La película sigue la deriva visual y sonora de Histoire(s) du cinema con un montaje intuitivo de imágenes tomadas desde los orígenes del cine, pero también pinturas, noticieros, sugerentes variaciones sobre textos de grandes escritores y diálogos con varias voces entre las que sobresale la del propio JLG. El libro de imagen es un torbellino cuya belleza radica no solo en la edición sino en la forma en que el cineasta logra transfigurar los materiales originales. Más allá de la aparente profusión de motivos, ideas, ecos y referencias, la película está construida sobre cuatro grandes pilares: la guerra, la revolución, el amor y el cine. Godard condensa su pensamiento histórico: la gravedad de ciertos temas no impide la dimensión lúdica que atraviesa a todas sus películas. Las imágenes se superponen y las voces se multiplican generando un contrapunto de incontables resonancias. El conjunto avanza como un majestuoso río, una corriente de colores saturados, reelaborados o distorsionados, que por momentos parecen pintados en la pantalla, como si fuese un artista plástico buscando el sentido en las superficies.
La pintura se instala como genealogía del cine: una fogata en la noche cuyas imágenes frotadas entre sí producen luz y calor. Las visiones se encadenan, las variaciones sonoras también. Imágenes sin sonido, sonidos en una pantalla negra, desincronizaciones que se suceden en sobreimpresiones. Cada archivo es un material plástico infinitamente maleable. Nuestra esperanza consiste en pensar con las manos en lugar de dominar con los ojos para que nazca una nueva idea, un pensamiento diferente, una mirada original.