La opacidad de la imagen
El regreso de Jean-Luc Godard es un ensayo sobre la relación entre el texto, la palabra tanto escrita como hablada, la imagen y el sonido a través de distintas representaciones que van desde la aberración hasta el horror en un mosaico fragmentario sobre la violencia en la actualidad.
En El Libro de Imagen (Le Livre d’Image, 2018), el autor de Week End (1967) le imprime una gran urgencia a la necesidad de repensar nuestra relación con la imagen y con la vida, en una obra residual del espíritu de la modernidad que se niega a desaparecer, haciendo resurgir las dicotomías entre texto e imagen y esperanza vs. pesimismo, respecto de los acontecimientos presentes y el devenir del futuro en una película dividida en cinco capítulos que alertan sobre la violencia y la guerra como motores de la sociedad contemporánea.
Godard exacerba la experiencia cinematográfica que busca imprimir en el espectador a través de una hipérbole de imágenes, sonidos y textos que se ensamblan en una máquina de sentido caótica y fragmentaria que enfatiza el carácter cada vez más instantáneo del sentido. La necesidad de la reflexión, la contemplación y la escucha atenta se vuelven imposibles a través de la edición esquizofrénica que el film impone para destacar críticamente la vacuidad de la instantaneidad desde su propio núcleo formal. Innumerables textos leídos por Godard de Montesquieu, André Malraux, Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire, Alexandre Dumas y George Orwell, entre otros, se yuxtaponen y funden con imágenes de La Strada (1954), de Federico Fellini, Freaks (1932), de Todd Browning, Vertigo (1958), de Alfred Hitchcock, Kiss Me Deadly (1955), de Robert Aldrich, Las Mil y Una Noches (Il Fiore delle Mille e Una Notte, 1974) y Saló o las 120 Jornadas de Sodoma (Salò o le 120 Giornate di Sodoma, 1975) de Pier Paolo Pasolini y Elephant (2003), de Gus van Sant, entre muchos films destacados, y la música tétrica e industrial de los últimos discos de Scott Walker o las composiciones intempestivas de Johann Sebastian Bach y las imágenes de Bécassine, el icónico personaje femenino del dibujante francés Émile-Joseph Porphyre Pinchon en una obra que busca desencajar, deconstruir y reestructurar la percepción para barajar y dar de nuevo en un escenario de caos.
La saturación de la intensidad de los colores, lecturas de textos con imágenes que van desde manos y trenes hasta archivos de distinta índole, noticias, incluso escenas de films de la carrera del propio realizador o el contraste de diferentes tipos de violencia son algunas de las herramientas formales que utiliza Godard para exponer sus conceptos políticos sobre el estatuto sagrado de la guerra en la historia y en la actualidad, la ley como instrumento del aparato estatal y la cuestión humanitaria y política de los países de Medio Oriente. Sorpresivamente el responsable de La Chinoise (1967) y Pierrot le Fou (1965) reniega del concepto de Revolución para abrazar tímidamente el de Resistencia, más bien admitiendo una derrota de la sociedad que propugnaba los programas revolucionarios en un repliegue táctico para repensar el lugar de la Revolución en el nuevo capitalismo consumista actual.
Cada imagen de la película ensayo representa una analogía que es necesario desentrañar. Las manos simbolizan el contacto entre el pensamiento y la acción, la posibilidad y la necesidad de extenderse y asir la imagen, de recuperarla materialmente, mientras que el tren es una analogía de la imagen como encuentro y movimiento. La organización que parece esquemática no lo es en realidad, sino en cuanto símbolo de un edificio a demoler con el fin de pensar todo nuevamente. ¿Es posible para Europa pensar desde el mundo árabe o es una imposibilidad absoluta? ¿Es posible el diálogo entre estas dos culturas sin que la violencia acapare el sentido? La segunda mitad del film discurre principalmente sobre este tópico y sobre la imposibilidad de comunicación entre ambos mundos y la necesidad de establecer canales de contacto para estrechar las distancias. Las imágenes de los noticieros y de las filmaciones caseras son realmente perturbadoras presentando un mundo tan complejo como cruel, pero a la vez demasiado cercano a la violencia de Occidente y las atrocidades cometidas bajo diversas banderas a lo largo de la historia de la cultura occidental.
El Libro de Imagen supone nuevamente el abandono de Godard de la narrativa cinematográfica tradicional para buscar la verdad con la finalidad de perderla, recuperando la esperanza en un futuro mejor a través del arte, el cine, la música, la literatura y la filosofía. Cortes abruptos, discontinuidad, yuxtaposición de planos, intervención de las imágenes y sonidos disruptivos intentan durante todo el transcurso del film sacar al espectador de su confort, del disfrute cinematográfico para colocarlo en alerta, en una experiencia política, estética y poética, que en el final tiene su sentido y su explicación.
Más existencialista que revolucionario, Godard deforma la imagen para encontrar la sustancia que le da vida, el acontecimiento. La última obra de Godard no es una película para disfrutar sino para reflexionar política y estéticamente sobre el estatuto de la imagen en la actualidad, desentrañar sus posibilidades a partir de su uso e interpretación de las nuevas tecnologías, pero también es una crítica sobre su banalización y la naturalización de la violencia que responde a la religión y al poder.
¿La imagen controlará al sujeto o será el sujeto el que controlará la imagen? ¿Finalmente el individuo solitario se unirá a la multitud abandonando la apatía del hogar y el consumo pasivo de la imagen y saldrá a la calle a transformar el mundo? No puede haber una respuesta pero Godard deja en claro, al igual que muchas personalidades de la cultura alrededor del mundo, que la única forma de hacer algo es resistiendo los avances del capitalismo financiero, el autoritarismo y la violencia religiosa que están sumiendo al mundo en las tinieblas fascistas una vez más.
La película finalmente recupera las proféticas palabras del poeta romántico alemán Friedrich Hölderlin para proponer que donde crece el peligro crece la salvación. ¿Qué representará el mundo árabe para Europa a través de la inmigración? ¿Un peligro que conlleve la salvación del espíritu europeo o el temido juicio final? ¿La ley servirá para reprimir o para curar las heridas y sanar las grietas culturales? ¿La mano será la ejecutora o la que ofrecerá su ayuda a la integración? ¿El tren será el medio de comunicación o el instrumento del genocidio? El Libro de Imagen claramente da cuenta de que no solo el estatuto de la imagen necesita ser repensado sino toda la cultura occidental, las políticas de inclusión y principalmente la amenaza del regreso del fascismo.