Es bonito, ¿pero es arte?
Inspirada más en la versión animada de Disney (del ‘67) que en las obras de Rudyard Kipling, El libro de la selva (The Jungle Book, 2016) actualiza la historia con lujo de tecnología y rinde una experiencia visualmente asombrosa, pero deja a un lado la vieja fábula de aprendizaje y la reemplaza con una moraleja ingenua. Al final de la cinta todo indicio de sabiduría ha desaparecido en el nombre del entretenimiento.
Los libros cuentan la historia de Mowgli, un niño huérfano que es criado en la selva india por una jauría de lobos y eventualmente debe abandonar el mundo de los animales y conciliarse con el de los humanos. Disney hizo con los cuentos una parábola sobre la madurez: Mowgli deambula frustrado por la selva de su infancia, encontrándose con seres que lo tientan con atajos hacia la buena vida a cambio de su propia maduración. Hay en ella algo de El Principito, entre la travesía desorbitada de su joven protagonista y la soledad a la que regresa luego de cada encuentro.
La nueva película envía a Mowgli (Neel Sethi) por un recorrido similar: en principio no quiere saber nada de vivir con seres humanos, pero se ve forzado al exilio cuando el farisaico tigre Shere Khan (voz de Idris Elba) reclama que se respete la Ley de la Selva, so pena de devorar al “cachorro humano”. Mowgli es acompañado en su viaje por sus dos mentores, la pantera Bagheera (voz de Ben Kingsley), quien también le implora que respete la Ley de la Selva, y el oso Baloo (voz de Bill Murray), quien lo tienta con una vida de indulgencias.
Dirigida por Jon Favreau, la versión del 2016 ha sido filmada enteramente frente a una pantalla verde. La fotografía no deja de ser bella (con virados macabros – mucha sombra, mucho contraluz), los efectos son de los buenos y se ha optado por una estética realista en el diseño de los animales. Oír voces humanas sobre criaturas que no son antropomórficas suele conllevar una disonancia molesta, pero en este caso la fonomímica es sobresaliente y honra al excelente reparto de voces, el cual parece sacado de una de esas listas de “elencos soñados” que plagan internet.
Se destaca el episodio del Rey Louie (voz de Christopher Walken), re-imaginado como un colosal Gigantopithecus de 3 metros que gobierna sus descerebrados monos desde las sombras de un templo en ruinas y cuya tenebrosa presencia recuerda a la del Coronel Kurtz. Que encima Walken cante “I Wanna Be Like You” (dos veces) justifica el precio de la entrada.
La otra aparición destacable, si bien problemática, es la pitón Kaa (voz de Scarlett Johansson). Kaa está a cargo de motivar a Mowgli en su riña con Shere Khan al revelarle que fue el tigre quien le dejó huérfano de bebé. Revelación que no cambia absolutamente nada, considerando que Khan ya le deja huérfano al usurpar el sitio de su padre adoptivo y escarmentarlo del reino (giro que recuerda a El rey león, incluyendo la climática secuencia de la estampida). Uno se pregunta a qué viene todo esto, porque no suma nada ni responde a nada de lo que escribió Kipling.
A fin de cuentas esta nueva versión de El libro de la selva se distancia aún más de la visión original del relato. Entonces el mensaje de la historia – amargo pero conmovedor – era que tarde o temprano todos debemos abandonar el confort de la infancia y buscar nuestro sitio en el mundo. Por contraposición, el mensaje de la versión moderna le da la razón a Mowgli al permitir que se salga con su capricho sin consecuencia alguna: el mundo se adaptará a él, y no al revés. No sólo es un mensaje ingenuo sino que contradice el discurso pretendido de la historia, robándole a esta preciosa película su momento más importante y didáctico.
Si Kipling viera esta nueva versión de su obra probablemente invocaría uno de sus poemas más célebres y proclamaría: “Es bonito, ¿pero es arte?”.