Una fábula imposiblemente bella
Asombro. Deslumbramiento. Admiración. Los adjetivos se quedan cortos a la hora de alabar la técnica empleada para animar digitalmente a todos los animales que aparecen en la bellísima nueva adaptación fílmica de El libro de la selva producida por la Disney. Un tanto lejos quedaron los primeros intentos de recrear la figura humana con cualidad símil fotográfica. Fue en el filme de 2001 Final Fantasy: el espíritu en nosotros que se procuró, infructuosamente vale aclararlo, alcanzar ese hiperrealismo. Causaba suma extrañeza ver el cuerpo humano convertido en un híbrido entre dibujo y fotografía. Ni chicha ni limonada. La película fracasó comercialmente aunque en lo artístico no llegó a pasar vergüenza. Una de las decisiones más importantes que tomaron los productores de esta flamante versión del libro de Rudyard Kipling fue utilizar a un niño de carne y hueso que pueda interactuar con todos los personajes del reino animal que llevan adelante la historia, que sí fueron concebidos a través de las computadoras con resultados inmejorables. La tecnología CGI seguirá su camino perfeccionándose aún más pero al momento de recordar cuál fue la película bisagra seguramente todos los dedos apuntarán a esta espectacular obra del director Jon Favreau.
Al margen de la calidad de los efectos el otro triunfo enorme es la narrativa misma del filme manejada con mano maestra por Favreau. Son múltiples los factores que inciden en el trabajo de un cineasta y el responsable de Iron man se luce en todos y cada uno de ellos. La experiencia de administrar grandes presupuestos, lidiar con los irrazonables estudios y saber tratar a mega estrellas tan caprichosas como Robert Downey Jr. no puede ni debe ser subestimada. Las siete películas previas que integran su filmografía constituyeron el campo de batalla en el que se fogueó como profesional de la industria. En El libro de la selva Favreau apela a todo su conocimiento y dominio del lenguaje audiovisual ingresando por primera vez a la categoría de artista del cine. Muy pocos artesanos lo logran. Además de la capacidad técnica se requiere una sensibilidad muy fina para potenciar un producto que conforme al espectador común y al especializado. El libro de la selva es esa rara avis que emociona a todos por igual, chicos y grandes, por las bondades de un texto inoxidable donde la fábula de Mowgli y su lucha por encontrar su lugar en el mundo armoniza exquisitamente con la representación gráfica de la selva y sus moradores. Sin dudas una proeza técnica llevada a cabo por el director y su legión de colaboradores entre los que merecen destaque el director de fotografía Bill Pope, el editor Mark Livolsi, el diseñador de producción Christopher Glass, el compositor John Debney y la batería de efectos especiales a cargo de Weta Films, Digital Domain y Jim Henson’s Creature Shop entre muchos otros.
Con todos sus aciertos estéticos El libro de la selva podría haber sido un proyecto fallido de no haberse escogido al niño correcto para encarnar al noble y valeroso Mowgli. No existía margen para el error. Cientos de candidatos fueron evaluados y por suerte de ese casting monstruoso surgió el expresivísimo Neel Sethi para ponerse en la piel, y casi diría el alma, del cachorro humano que siendo poco más que un bebé sobrevivió al ataque del feroz tigre Shere Khan (Idris Elba) para ser rescatado por la pantera Bagheera (Ben Kingsley) y luego entregado en adopción a los lobos que lo criaron como a un hijo propio. Años después el retorno de Shere Khan con ánimo vengativo desencadena terribles consecuencias en una comunidad que tiene sus leyes y códigos estrictos para la supervivencia. Además de la sabia Bagheera ahí estará para asistirlo el oso Baloo (Bill Murray) con su picardía e insaciable afición por la miel, y el aporte más episódico de la serpiente Kaa (que con la insinuante voz de Scarlett Johansson aporta quizás la escena más terrorífica) y el gigante primate Rey Louie (Christopher Walken) como antagonistas de transición o alternativos al principal, el temible tigre de Bengala quemado por la flor roja (fuego) que le ha dejado un aspecto aún más siniestro si cabe.
Su condición innata de actor le ha servido a Jon Favreau para sacar lo mejor del pequeño foto libro 03Neel Sethi que actúa con una naturalidad admirable rodeado de toda la parafernalia técnica posible (pantalla verde, efectos con marionetas en vivo, actores con sensores para captura de movimiento que interpretan a los animales en el set, etc). Cuando se observa el descomunal trabajo ya concluido sólo queda agradecer por tanta magia a todos los involucrados. Son muchas las emociones que nos embargan durante los ajustados 105 minutos de metraje. La agitada aventura selvática de acción a lo Tarzán alterna con escenas de gran suspenso donde la vida de Mowgli corre un gran riesgo y que se amalgama de buena manera con un mensaje de respeto y proteccionismo entre las especies que es realmente conmovedora.
Hay una secuencia en la que Mowgli con sus “trucos” (fruto del ingenio humano) ayuda a sacar un elefantito de un foso. La pantera y el oso son testigos privilegiados del rescate milagroso e intercambian una mirada tan increíblemente profunda y humana como para dejar en ridículo a los inexpresivos actores que animan a Batman y Superman en la última película de Zack Snyder. Si la técnica del cine permite rodar una escena de semejante resonancia emocional como ésa, el futuro… ya está aquí. Sólo se requieren los talentos que sepan utilizar estas formidables herramientas con la misma convicción y verosimilitud que el equipo de Favreau. Aplausos para ellos.