No es muy fácil ver con fluidez películas de acción real en las que los animales, animados o no, hablan. No es el caso de “El libro de la selva”. La mayor parte del tiempo se disfruta lo que dicen y cómo lo dicen, en parte debido a la acertada elección de actores para dicha tarea. Hay algo del asombro y la respuesta rápida –especialmente en las variadas especies menos protagónicas- que probablemente venga de aquel montaje hilarante de la BBC. Lo tienen, ¿no? El animal en su hábitat natural, pero reaccionando con el timing de un comediante improvisador. El doblaje, particularmente en Disney, suele cuidar que esas cosas no se pierdan en la traducción. De todos modos, por si acaso recomiendo ver el film en su idioma original.
Es una buena película. Sobre todo considerando la doble responsabilidad que debió acatar aquí Jon Favreau, director. En primer lugar, se trata de un proyecto que lleva la insignia Disney, con todo lo que eso implica. Hay un legado previo que fue uno de los éxitos más grandes de la historia del cine y que la compañía del tío Walt querrá cuidar en su mayor parte. Sin ser demasiado aleccionador ni demasiado solemne, Favreau mantiene ese espíritu intacto. Es sólo en las dos canciones (icónicas, y también usadas como motivos durante varios instrumentales del film) donde se percibe cierta incomodidad. Se insertan de forma extraña al relato y a sus interpretaciones les falta convicción, especialmente la del Rey Louie (Christopher Walken, delicioso), que amenaza con un grado de oscuridad que no termina de instalarse.
La otra responsabilidad tiene que ver con entretener, lisa y llanamente, y el director la cumple con creces. Sin tomar por tonto al espectador, ofrece la dosis justa de miedo y diversión, de maldad y heroísmo, en una montaña rusa que se resetea con buen timing. La operación es simple: tensión y reposo. El pequeño Mowgli (Neel Sethi) realiza su travesía y se tropieza con obstáculos. En pequeñas secuencias de acción, los va enfrentando; cada vez con mayor dificultad pero también con mayor inteligencia. Allí, entonces, el aprendizaje, también doble. Un protagonista que se transforma, por un lado. Por otro, el público que vuelve a descubrir que nada hace ruido cuando está claro el movimiento.
La cámara filma en contra del avance de Mowgli, se choca con él en un efecto que es trepidante; pero el chico no deja de correr. Por eso puede llegar del reino de Louie hasta la aldea de los humanos y luego cruzar hacia la manada de lobos en dos minutos reloj. El cine es único, entre otras cosas, porque nos convence de eso que dicen de que el mundo es un pañuelo. Y de repente, un chico recorre la selva entera en dos minutos. Y nosotros no decimos ni ‘mu’.