La película tiene como protagonistas a dos jueces de garantías de Primera Instancia, Walter Saettone y Alejandro David, quienes visitan y recorren todos los días las comisarías y cárceles donde se encuentran alojados los presos, para revisar sus situaciones procesales y sus condiciones de vida dentro de la cárcel, con el objetivo de garantizar un trato y una vida digna para ellos.
Dos jueces que ejercen el derecho penal restaurativo, Walter Saettone y Alejandro David, recorren todos los días las comisarías y cárceles donde están alojados los presos, y revisan sus situaciones procesales y sus condiciones de vida carcelarias, para garantizar un trato y una vida digna para ellos. La cámara de Scarvaci los sigue en su viaje, y descubre el corazón de un sistema en condiciones críticas, y situaciones mínimas de una humanidad lacerante. El punto de vista principal no es solo las condiciones indignas en que están alojados, en un espacio construido para 10 personas, hay alojadas 23. Esto es lo que no corresponde. El problema desde el principio es el mismo nombre del documental “El libro de los Jueces” tiene directa relación con el libro del mismo nombre en la Biblia, que va desde la muerte de Josue hasta Samuel. Los “jueces” eran
"El libro de los jueces": la esperanza de una justicia distinta. El film sigue a Walter Saettone y Alejandro David, dos jueces a los que les interesa más la resocialización de los condenados que la punición. Con El libro de los jueces, Matías Scarvaci continúa, ahora en solitario, la línea iniciada por Los cuerpos débiles, documental codirigido junto a Diego Gachassin (2015). Abogado y mediador él mismo, en ambas películas Scarvaci analiza el funcionamiento de una Justicia que no es la que uno se imagina. Un abogado defensor de “pibes chorros” en el primero de los casos. En el segundo, dos jueces penales de garantías de primera instancia, que antes de emitir veredicto recorren cárceles de alta seguridad interesándose por el estado de las causas de los presos, a los que tratan con impensada familiaridad y deferencia. Dos jueces a los que lo que más les interesa no es la punición sino la resocialización de los condenados. Walter Saettone no parece un juez sino un rockero. Con pelo largo, barba y remera, Saettone en verdad lo es: toca la guitarra en un grupo de rock. Además es juez. Saettone visita a los presos de una cárcel de máxima seguridad, recuerda sus nombres y está al tanto de cada uno de los casos. Los trata como un igual, pidiendo permiso para entrar en las celdas. Unos años mayor que él, el doctor Alejandro David se comporta de manera semejante, sumándose incluso a actividades recreativas, como uno más. Contrariamente a la “pérdida de autoridad” que podría pensarse como derivada de estas conductas, los presos los tratan con enorme respeto, estrechando las manos de ambos en el momento del reencuentro. Se muestran dos juicios, uno por cada juez. Saettone concede la salida transitoria de un penado, que deberá llevar un rastreador electrónico, mientras que su colega no hace lo propio con otro, preso por asesinato, por más que haya mostrado buena conducta. A su vez, los familiares de las víctimas: una chica no perdona al victimario de su marido, mientras que la madre de un muchacho asesinado abraza, conmovedora e inesperadamente, al hombre que mató a su hijo. A su vez y tanto como para no dispersarse, Scarvaci hace foco sobre dos penados, uno de los cuales tiene el filo de un cuchillo alojado junto a la arteria femoral, en la parte posterior del muslo derecho. Aunque los presos son de máxima seguridad, su conducta es ejemplar, posible consecuencia del recorte que el realizador ha resuelto hacer. Aquí no hay “porongas” ni esclavos sexuales, no hay tipos de gesto torvo, sino gente común y corriente, de la que, si no supiera, difícilmente podría pensarse que sean criminales. Hay promesas de buena conducta, que se cumplirán o no en caso de salir en libertad. Como en Los cuerpos dóciles, Scarvaci registra las acciones apelando a lo que se conoce como “cine directo”, un método de rodaje que sigue las acciones “tal como se presentan” (aunque puede ser así o no en la realidad). El cine directo permite una fuerte impresión de realidad, la impresión de que se está asistiendo a los hechos “en crudo”, y el seguimiento de casos que hace el realizador permite entrar en relación con la realidad mostrada, tal como ambos jueces lo hacen con los penados.
El director Matías Scarvaci, el mismo de “Los cuerpos dóciles”, muestra la labor de dos jueces, Walter Saettone y Alejandro David, que ejerce el derecho penal restaurativo. Hombres comprometidos con su labor y su cargo judicial, que visitan cárceles, detenidos hacinados en comisarías, y se interesan con dedicación por cada caso que cae en su jurisdicción. Son hombres que vinculan a los presos con sus familias pero también con sus víctimas y que trabajan sobre el posible perdón y la reinserción de los detenidos en la sociedad. Testimonios crudos, momentos emotivos y por sobre todo una realidad que se desconoce, por desinterés o descarte. Son parte del programa “probemos hablando”. Un trabajo valiente y conmovedor.
Llama la atención que una película documental ambientada en el sistema del derecho penal en Argentina tenga un nombre directamente asociado a La Biblia. El libro de los jueces es un libro del Antiguo Testamento ubicado entre el libro de Josué y el libro de Rut. Por supuesto que estamos obligados a interpretar la película en relación a este libro. Lo que se cuenta en dicho libro es lo siguiente: “Una vez que el Señor guió a los israelitas a la tierra prometida mediante un milagroso poder, ellos no siguieron progresando en su fe ni cumpliendo con sus obligaciones espirituales. No echaron del lugar a todos los cananeos e incluso comenzaron a adoptar algunas de sus prácticas malignas. Como consecuencia, los hijos de Israel perdieron su unidad y se dividieron en tribus y en familias. Una y otra vez en el libro de los Jueces vemos cómo se suscita un ciclo de apostasía y liberación. Ese ciclo comenzaba cuando el pueblo, habiendo sido bendecido por Dios, se olvidaba de Él y participaban en prácticas prohibidas, tal como en las religiones que profesaban los cananeos. Los pecados e iniquidades que eso traía como resultado tenían sus consecuencias. Una consecuencia importante era que los israelitas perdían la protección contra sus enemigos que el Señor les brindaba y eran tomados cautivos. Finalmente, después de una sincera humildad y un arrepentimiento también sincero, el Señor liberaba a Su pueblo y éste prosperaba nuevamente.” El largometraje dirigido por Matías Scarvaci tiene como protagonistas a dos jueces que ejercen el derecho penal restaurativo. Así es como en El libro de los jueces vemos a víctimas y victimarios trabajar sobre el perdón y tratar de construir un futuro a partir de superar el trauma que ha llevado a ambas partes a diferentes formas de trauma personal. Las víctimas han perdido a algún ser querido o han sido las receptoras directas de un delito y los victimarios han comenzado un camino en la cárcel en el cuál pueden crecer y arrepentirse o mantenerse en su rol de criminales. Los dos jueces tienen estilos muy distintos y uno de ellos insiste en la no participación de Dios en ninguna parte del sistema penal. Algunos delincuentes son creíbles y otros se adivinan mentirosos para obtener la libertad. Algunas víctimas han perdonado y otras no. La película no busca jamás perdonar los crímenes porque no es la función del cineasta, tan sólo observa las diferentes opciones de un sistema lleno de fallas pero con un pequeño espacio de humanidad que puede y debe ser trabajada. Observar las conversaciones y los procesos nos acercan a un mundo desconocido del cuál sabemos poco y nada.
En “Los cuerpos dóciles” (2015) el documental de Matías Scarvaci y Diego Gachassin el protagonista absoluto era el abogado penalista Alfredo García Kalb, especialista en la defensa de jóvenes del conurbano bonaerense. Como una suerte de continuación de lo recorrido, Scarvaci ahora presenta en “EL LIBRO DE LOS JUECES” un punto de vista diferente, para poner ahora el foco en el desempeño de dos jueces sumamente particulares. Con una mirada similar a la que se mostraba sobre el trabajo de Garcia Kalb, Scarvaci sobrevuela la crítica a un sistema penal que no logra ser útil en su rol de reinsertar a los presos en la sociedad. Las clases condenadas son siempre las socialmente más vulnerables, quienes deben lidiar con situaciones complejas y parecen no tener posibilidades de torcer su destino. Ahora la cámara de Scarvaci acompaña a Walter Saettone (Juez de Instrucción Penal de la provincia de Buenos Aires) y Alejandro David (Juez de Ejecución Penal), quienes diariamente trabajan en el campo del derecho penal restaurativo, visitando comisarías y cárceles cuidando que no se vulneren los derechos básicos que les asisten a los reclusos. Tal como sucedía recientemente en “Llamen a Joe” (Germán Siseles, 2023) presentada en el último BAFICI (retrato del abogado penalista Joe Stefanololas, vinculado con una enorme cantidad de estrellas del rock nacional), las figuras de Saettone y David no son precisamente la de los jueces tradicionales que se construyen en nuestro imaginario y eso queda demostrado en su trabajo cotidiano, el compromiso y la empatía con cada situación de injusticia. La atenta cámara de Scarvaci, los registra minuciosamente en sus rutinas y en el vínculo que establecen con cada uno de los presos y a medida que conocemos algunas de sus historias, el documental va adentrándose en otro terreno: el contacto que ellos tienen con los familiares de las víctimas. A partir de este disparador, el documental comienza a trabajar fuertemente en la idea del perdón con testimonios muy movilizantes de quienes han debido enfrentarse judicialmente con quienes han causado un dolor irreparable, vinculando víctimas y victimarios. “EL LIBRO DE LOS JUECES” genera el espacio de discusión social necesario para plantearse la dicotomía entre quienes piensan que a quienes han delinquido hay que aplicar la “mano dura” y quienes trabajan sobre la humanidad de quienes están privados de su libertad. El trabajo de Saettone y David claramente apunta a trabajar sobre la reinserción, la posibilidad de un futuro para cada una de estas historias y trabajar el perdón, como una de las formas más potentes de sanación. Otro de los puntos interesantes del trabajo de Scarvaci es poder contar el costado humano de estos jueces y el contacto cotidiano por medio de su trabajo con este universo complejo en donde conviven estas contradicciones del sistema en donde se imparte violencia sobre la violencia y donde se estigmatiza a los condenados sin posibilidad de generar una salida. A través de un relato dinámico y eficaz, se permite poner en cuestión este sistema condenatorio que excluye y margina. Ahí está disponible nuevamente la cámara de Scarvaci para radiografiar un sistema judicial que no funciona como debiera y, fundamentalmente, nos invita a dejar de lado nuestros preconceptos y todo juicio condenatorio sobre quienes pasan su vida entre rejas y necesitan que les sea devuelta su condición de personas.