Un thriller religioso sobre el mundo en ruinas
Denzel Washington interpreta a un guerrero y profeta solitario que carga durante años la última copia del preciado libro del título
Los hermanos Albert y Allen Hughes -dos directores esenciales en la explosión del cine afroamericano de los años 90- concretaron con El libro de los secretos la película más costosa y ambiciosa de toda su carrera.
El libro de los secretos es una historia posapocalíptica (el planeta ha quedado reducido a polvo y escombros, mientras los pocos sobrevivientes conviven con una creciente contaminación, con la escasez de agua potable y con una decadencia moral que ha degenerdo en una violencia extrema que tiene a la mujer como víctima principal) que combina elementos de ciencia ficción, de road movie, de western y de drama romántico, aunque esencialmente se trata de un thriller religioso.
Mezcla entre la clásica saga de Mad Max y la inminente La carretera -transposición de la novela homónima de Cormac McCarthy- con ciertos rasgos estilísticos que remiten al cine de Sergio Leone, El libro de los secretos narra la historia de Eli (Denzel Washington), un guerrero y profeta solitario que ha recorrido a pie el territorio norteamericano durante los últimos 30 años cargando la última copia existente del preciado libro al que hace referencia el título. En su camino hacia el mar se topa con Carnegie (Gary Oldman), un aspirante a dictador que domina a puro sadismo un pueblo de Nueva México y que desea extender el alcance de su poder a partir de la "sabiduría" que está oculta en ese volumen.
El personaje de Oldman, que parece extraido de un cómic, es el principal comic relief para un film grave, lúgubre, solemne y por momentos subrayado, y la bella Mila Kunis es la heroína de turno, aunque por momentos parece una modelo que exhibe ropa de marca en medio de un mundo desolado. Washington está siempre convincente en un papel que combina lo místico con las artes marciales, mientras que Tom Waits ofrece un simpático papel secundario, aunque son los veteranos Michael Gambon y Frances de la Tour, quienes logran los pasajes más inspirados como un matrimonio de caníbales.
Dentro de una película que se sigue con cierto interés, aunque sin grandes hallazgos, la mayor audacia tiene que ver con una propuesta visual -a veces lastimada por un montaje más cercano al videoclip y la publicidad- que prescinde casi por completo del color para apostar a imágenes grises y sepias que el reconocido director de fotografía Don Burgess consiguió trabajando con cámaras digitales de alta definición.