Un panfleto religioso fundamentalista
Mad Max con una Biblia: eso es, básicamente, El libro de los secretos. El título refiere al Libro de los Libros, del que el héroe posee el que podría ser el último ejemplar sobre la Tierra. Es que no queda nada en el futuro más o menos próximo en el que la película transcurre. Una catástrofe ecológica convirtió el planeta en una tierra yerma, en la que bandas semisalvajes matan por unas gotas de agua, devorando luego los restos de la víctima. En ese contexto, el caminante encarnado por Denzel Washington comienza como durísimo guerrero solitario y termina como beato y mártir, predecesor tal vez de una civilización futura. Civilización que se asentará, es claro, sobre las enseñanzas de la Biblia. ¿No será que la era Bush está empezando, en lugar de haber terminado?
Es tiempo de fantasías (o profecías) apocalípticas y post-apocalípticas. Luego de Soy leyenda, 2012 y La carretera (que se estrena aquí en un par de semanas más), El libro de los secretos es esencialmente un pastiche. Lo cual no está necesariamente mal, todo depende de qué se mezcle y cómo. Con la inminente La carretera, la película dirigida por los hermanos Albert y Allen Hughes (los de Menace II Society y Desde el infierno) comparte una sensación general de abatimiento, producida por la caída de la civilización. Entre puentes caídos, chatarra dispersa y enormes baldíos, todo es polvo y desierto.
Como en las dos últimas Mad Max, en medio de ese desierto semisalvaje hay una población (abundan las referencias visuales al western) dominada por un tipo culto, inteligente y cruel. Se llama Carnegie, lo interpreta un Gary Oldman con el rostro más poceado que de costumbre, anda siempre rodeado de matones y su obsesión es dar con el Libro. En la primera parte se sobreimprime, sobre ese feeling de desazón terminal, una ética de la sobrevivencia a cualquier precio, acunada entre brochazos de comic. Entre ellos, una pelea inaudita, en la que el héroe (un Denzel Washington de barba, camperón militar y espadas que saca de todas partes) lucha solo contra media docena de rivales (uno de ellos armado con una sierra eléctrica), todo ello fotografiado en siluetas y recordando, entre otros clásicos del género, la argentinísima El sueñero, de Enrique Breccia.
Pero a la vez se va abriendo paso, muy de a poco, una suerte de panfleto religioso fundamentalista, según el cual la posibilidad de refundar la sociedad de los hombres depende, paradójicamente, de una vuelta atrás: hasta la Biblia misma. Entre críticas al hiperconsumo de las sociedades desa-rrolladas florecen citas bíblicas a montones, cuya solemnidad creciente termina barriendo de la faz de la película los atisbos de humor que hacían llevadera la primera parte. No puede menos que recordarse la advocación bíblica bajo la cual Bush puso la entera guerra de Irak, asociarla con los carteles aparecidos recientemente en los Estados Unidos (el rostro de George W. y una pregunta: “¿Me extrañan ya?”) y vincular esta película con la apología del cristianismo sureño que practica Un sueño posible (otro estreno de esta semana), para terminar preguntándose si los tiempos de Obama no serán, en verdad, los de Bush.