El libro de los secretos es una película post apocalíptica, de esas que tan de moda están por estos días. Nos ubicamos en “un futuro no muy lejano”, con sólo unos pocos humanos que han logrado sobrevivir. La tierra está absolutamente devastada y todo es una lucha por supervivencia, al punto que es común matar humanos con tal de comer.
En este contexto tenemos al personaje de Denzel Washington, quien más tarde nos enteraremos de que se llama Eli, un hombre solitario con una sóla misión: llegar al Oeste. Otro cliché de los que abundan en estas historias es este de “llegar a algún lugar, aunque no se bien su locación exacta”.
Evidentemente es un ex militar o un hombre con entrenamiento militar: viene caminando desde hace 30 años y más de una vez lo han intentado matar. De hecho, en los primeros minutos del film se despacha a una decena de personas que intentan robarle (y, porqué no, comerlo).
Su andar lo lleva a un pueblo dominado por una especie de dictador, Carnegie -Gary Oldman-, que está buscando un libro del que ya no quedan copias en el mundo. Ese libro es la Biblia que, según palabras de Carnegie, contiene la receta como para convencer al resto del planeta a que lo sigan. La Biblia puede dominar las mentes. Pero en la Guerra quemaron todas las Biblias del universo. Todas menos una: la que tiene Eli, que, reitero, quiere llegar al Oeste porque le dijeron que allí el libro iba a estar a salvo.
Es una pelea por una Biblia como “martillo”: en buenas manos, es genial, en las manos equivocadas, es infernal.
En realidad la película tiene algunos ribetes previsibles, pero en sí no es intrínsecamente mala.
Igualmente, creo que lo mejor de todo es poder ver a Gary Oldman haciendo de villano, un papel que le sienta como anillo al dedo. Al respecto: imperdible su primera aparición, recostado en un sillón con las piernas cruzadas sobre el escritorio leyendo la biografía de Mussolini.