Sinsentido con climas siniestros
Liam Neeson tiene una vida horrible: se ocupa de matar los lobos que merodean a los empleados de un yacimiento perdido en Alaska. La idea de tomarse un par de semanas no lo reconforta, al punto de que casi está por pegarse un tiro con su rifle. Sin embargo toma el avión, que cae en medio de la nada helada. Para empeorar las cosas, él y un puñado de sobrevivientes empiezan a ser acosados por una jauría de lobos que parecen salidos del infierno con la firme determinación de liquidarlos uno por uno.
El planteo parece una especie de remake del clásico de supervivencia de William Wellman «Island in the Sky» (con John Wayne), pero en realidad hay signos intermitentes de que el director aspira a cosas mayores. El angustiante «silencio de Dios» que ocupaba a Ingmar Bergman, aquí puede ser lanzado de manera grotesca cuando el protagonista le grita al cielo que lo ayude, sin obtener respuesta.
Las pretensiones metafísicas de todo el asunto se van volviendo transparentes, no sólo por la insistencia del director en detener la acción con flashbacks a cada rato, sino sobre todo por las groseras incongruencias del argumento desde un punto de vista realista: la estrategia de supervivencia elegida por estos rudos trabajadores polares no tiene gollete, pero al menos redunda en varias escenas de acción y violencia terroríficas, algunas realmente notables. Es que más allá de la pretensión y el sinsentido seudo existencialista, «The Grey» incluye algunos climas siniestros que de a ratos dan ganas de poder tomarse en serio todo el asunto.