American Pie provocó en el momento de su estreno, no sólo un éxito de taquilla sino también un renacimiento de la comedia de humor sexual adolescente. Y lo de adolescente no iba por los personajes, sino por la forma en que estaba encarada la historia. A esa película mediocre le siguió otra peor y, sorpresivamente, una tercera parte que por lejos fue la mejor de la serie. Luego aparecieron derivados que utilizaban la franquicia en películas para el mercado del consumo fuera del cine. El reencuentro era lo único que faltaba y aquí llega.
La fórmula es la misma, los personajes son los mismos y la mayor cantidad de diálogos y situaciones graciosas dependen de que el espectador conozca los films anteriores. Si no los conoce, las risas se van a reducir considerablemente, con series posibilidades de llegar a cero. Las cosas son tan forzadas que la clase 1999 se reúne para el aniversario número 13 de egresados. Algo absurdo que el guión debe explicar para poder arrancar. Y arranca y es una larga serie de lugares comunes del imaginario social. Pasa por todos los clichés y no se saltea ni uno solo, lo que a esta altura parece una falta de respeto para el espectador.
El potencial del reencuentro era alto, pero el resultado es pobre. En cuanto a los temas acerca de la nostalgia y el paso del tiempo, estos estaban mucho mejor aprovechados en la tercera entrega de la serie, donde a pesar del humor guarro y pícaro, se asomaba un dejo de lucidez que aquí se ha convertido en simple pobreza de guión. Algunos gags son obviamente ofensivos y una vez más la mirada sigue siendo algo primitiva y precaria. En ese aspecto, el personaje que siempre se va a destacar es el de Stifler (interpretado de forma brillante por Seann William Scott) cuya incorrección política desaforada es lo más potente que la película, por su autenticidad y riesgo. Los demás no van mucho más lejos que una telenovela o una comedieta ya pasada de moda.
En esta época en la que los reencuentros son moneda corriente, American Pie: el reencuentro (como la vida) demuestra que lo que se ha dejado atrás, por algo es y ahí debe permanecer. No hay ningún motivo para ir al cine a ver esta película. Con suerte en alguna jornada de cable podamos reírnos con Stifler o con la vergüenza ajena que provoca siempre el papá de Jim. El resto no importa.