Vivir y morir en las montañas
Aspera. Así es El líder. Aspera como el clima en ese paraje de Alaka donde trabajan los personajes de este film. Aspera como las montañas donde estos terminan estrellándose con su avión. Aspera, también, como el corazón de los pocos supervivientes que quedan al accidente aéreo. Y áspera, de tensión, de superficie rugosa que se tensa a cada momento con la amenaza acechante de esa manada de lobos que rodea al grupo humano. Aspera, en definitiva, como la supervivencia, algo tan humano. Y de eso se trata, ese es el gran tema de fondo de El líder, este estupendo thriller de Joe Carnahan, quien luego de la fallida adaptación de Brigada A demuestra que está para otras cosas. Lo que propone aquí es bien simple, un grupo de tipos que laburan en una refinería en Alaska tienen unos días libres y son trasladados en un avión, que se termina estrellando en medio de unas montañas nevadas. Al accidente sobreviven menos de una decena, quienes comienzan a ser perseguidos por una manada de lobos: habrá que correr, ser inteligente, o fuerte, lo que fuere, para sobrevivir. El personaje clave es Ottway (notable actuación de Liam Neeson, sacándole más filo a ese antihéroe de acción que ha construido en los últimos años), un cazador que trabaja matando a los lobos que acechan aquella refinería y que tras haber sido dejado por su esposa, está al borde del suicidio. El tipo es un pesimista existencialista. Y el film también, aunque encuentre con su giro final una emoción en la que cohabita lo salvaje y lo sensible.
Lo primero que sorprende en El líder, es el aspecto narrativo y formal. El film arranca con una presentación del personaje de Ottway, con su voz en off, y mínimos pasajes de su existencia en ese paraje inhóspito. Como pocos, Carnahan aprovecha el espacio y trabaja los planos con gran sabiduría: hay planos generales, que hacen comunión entre los personajes y el paisaje, y hay planos cerrados, cuando el dilema humano está en juego. Del accidente aéreo, por ejemplo, sólo veremos rostros, rostros de horror, de miedo, de tensión. Carnahan suprime lo espectacular y se concentra en lo que importa: nos presenta a los personajes con dos pinceladas y los pone a rodar en un contexto complejo y difícil. De eso se trataba el cine clásico, del componente humano ante lo espectacular, y no tanto de lo espectacular en sí mismo. Una vez en las montañas, el asunto será otro: un grupo de lobos se dispone a cazar al grupo de humanos, y el espacio en off está trabajado con finísima mano, apelando a sonidos o a ojos que brillan en la oscuridad y acechan, esperan, con inusual y perversa paz, sabiéndose ganadores, esos ojos, ante el contexto. Carnahan aprovecha muy bien el espacio, va dosificando acertadamente la tensión y la información y va uniendo de manera fluida y progresivamente a los personajes. Para su anécdota mínima -un grupo de hombres escapando de una manada de lobos- sus 117 minutos nunca pesan.
Ottaway no es un hombre de creencias, está claro, es un hombre de lo real, lo tangible, de las experiencias que se viven y se mueren en este lugar del mundo (hay un poema que recita, que no adelantaremos, pero que es clave para entender el relato). Y si bien se incorporan otras miradas, el film está construido a imagen y semejanza de ese tipo. Tal vez por eso se abandona cualquier posibilidad de lo digital y los lobos vuelven a ser, como en el viejo y querido cine analógico, mezcla de animales reales y animatronics, bichos robotizados que están ahí, se los puede tocar y padecer, nada de ese CGI que flota en el ambiente. Ese pequeño gesto ya enaltece a la película, muestra el sentido artesanal de Carnahan. El líder se centra en el subgénero de grupo humano perdido en la naturaleza (de la cual Viven, otra pieza artesanal, vendría a ser como el último gran film, y que aquí es citada inteligentemente), y como tal está bordeando peligrosamente los estereotipos todo el tiempo (el insufrible, el cerebral, el religioso, el negro bueno, el que se enfrenta al líder, el que se redime), pero termina, siempre, mostrando una movida final que pone la experiencia en el lugar que debe. La película es dura con leves toques gore sin ser sórdida, muestra gestos inhumanos y de camaradería, sin ser nunca cínica o naif.
Tal vez uno pueda achacarles a Carnahan y al guionista Ian Mackenzie Jeffers (que adapta aquí su cuento corto Ghost walker) cierta recurrencia a flashbacks algo molestos y un tono de gravedad en el ambiente, pero son nimiedades que se pueden dejar pasar ante lo evidente de El líder: que es un film de una tensión sostenida, que nunca decae y que, sorpresivamente y a la inversa de lo que ocurre en el cine que vemos habitualmente, crece en su pasaje final. Y crece porque, planteado el conflicto y puestos los personajes a rodar, se descubre el verdadero sentido del relato, y que aquí es una negación elegante y casi herética de Dios. Si bien como decíamos se incorporan otras miradas y otras posibilidades (especialmente en el personaje de Dermot Mulroney), El líder es en definitiva la mirada de Ottaway. Y nunca lo traiciona. Ottaway es el envase de un conflicto inescrutable: ¿por qué alguien a punto de suicidarse tiene tanto deseo de vivir? Como bien dice al comienzo, se trata de vivir y morir en el mismo día, pero lejos de los milagros, de los paraísos posibles, de la noción de la vida luego de la muerte. Vivir, morir, sobrevivir, son conflictos que se resuelven aquí y ahora. Y no es una adaptación al concepto darwinista del más apto o el más fuerte (confusión en la que ayuda el título local de El líder), sino simple y duramente una apología de lo tangible, de lo real, de lo que existe y de lo que podemos respirar. Como ese aire helado que respiran los protagonistas. Sepan disculpar mi simpatía atea hacia esta película, pero no puedo más que emocionarme ante tan notable y arriesgada impresión de lo humano.