Vidas precarias.
Dentro del universo narrativo de Juan José Saer, El Limonero Real (1974), su cuarta novela, es considera por algunos sectores de la crítica literaria, entre los que podemos citar al académico Noé Jitrik, como un relato obsesivo en el que las imágenes y las palabras construyen una acción fragmentada en la que la historia funciona como un entramado de densidad formal para el desarrollo de un mundo poético subyacente. El realizador Gustavo Fontán emprendió la adaptación de la compleja novela de Saer al cine con todas sus particularidades y una voluntad de diálogo para encontrar esa expresión de lo real escondida en las heridas que nunca sanan.
En medio de las islas alrededor del Río Paraná, en la provincia argentina de Santa Fe, una familia se apresta a festejar el último día del año pero la esposa de Wenceslao (Germán de Silva) se niega a participar a causa de su duelo por su hijo de dieciocho años, muerto en un accidente laboral en una construcción tiempo atrás.
El film se divide en dos partes como el día. Durante el día se preparan los festejos que a la noche se consumarán con regocijo en una fiesta que transforma la cotidianeidad en ceremonia. Con la noche la palabra abandona el escenario y la imagen se transforma en un tránsito onírico entre la luz y la oscuridad que rodean la vida de las islas.
Con una impronta cansina, los personajes habitan en la precariedad que el río les permite, sintiendo la fragilidad de la vida como presencia y ausencia. Con un nuevo amanecer, el día y la noche de funden en una síntesis en la que el Año Nuevo aparece como una alegoría de la esperanza de un futuro posible y como una representación de las heridas y los fragmentos que flotan en el río de lo que fue y nunca más será.
En El Limonero Real la acción no transcurre, se ancla en la imagen que parece suspendida mágicamente en medio del río. El responsable de este extraordinario mecanismo -que imprime las aproximaciones posibles a los silencios y los festejos- es el director de cámara y fotografía, Diego Poleri (Llamas de Nitrato, 2014), quien trabaja junto a Fontán en esta metamorfosis de la imagen en memoria y experiencia poética inasible.
A medida que transcurre el film, la imagen va cobrando densidad y el carácter onírico y la realidad comienzan a confundirse. Ambos registros de la percepción se van disolviendo y abriendo las puertas de otro universo, más fantástico, pero aún así cercano. El limonero se convierte así en una metáfora sobre esta ausencia omnipresente que marca las alegrías y las tristezas de todos los parcos protagonistas.