El universo de Juan José Saer es un mundo plagado de incertidumbre y de indefiniciones. Su literatura ha capturado la esencia de la vera del río, pero también ha permitido reflexionar sobre aquellas situaciones que, latentes, pueden llegar a explotar, silenciosamente, e inevitablemente.
Gustavo Fontán (“El rostro”) parece ser el director indicado para llevar al cine este mundo y transponer “El limonero real” (Argentina, 2016) en imágenes, por su arduo proceso de traducción icónica y experimentación, siendo éste su primer filme narrativo “tradicional” por denominarlo de alguna manera.
A Wenceslao (Germán de Silva) nada parece persuadirlo ni perturbarlo. Sus rutinas diarias le permiten configurarse una zona de confort, que a pesar de estar llena de carencias y ausencias, lo han fortalecido.
En una humilde morada reside con su mujer, la que, inexplicablemente, decide no acompañarlo en un festejo de la víspera de un año nuevo, cansada de reclamos y de una inercia que cala hondo en los cuerpos de ambos, y que es el resultado de un proceso de duelo de ambos que parece haber afectado más a ella que a él.
Wenceslao no recibe las señales, e inevitablemente deberá tomar algún partido sobre el planteo, pero no lo hace, por lo que decide continuar con sus rutinas, y si en una primera escena el director decide mostrarlo remando en el pequeño bote con el que diariamente pesca su sustento, esa imagen se reiterara como una metáfora del esfuerzo diario que pone en las tareas.
Porque más allá de la inercia y de la inevitable falta material de muchas cosas, Wenceslao sólo sabe hacer aquello que está acostumbrado, sin poder correrse del eje más allá que lo quisiera hacer o se lo impongan.
Es fin de año, y el entiende que debe seguir adelante, aún se detenga sólo para reposar bajo un árbol y dormir una siesta, porque a él no le importa que su mundo cambie como lo ha hecho, y que sea abandonado por aquella mujer a la que le ha dedicado gran parte de su vida y esfuerzos y que le dice que no puede por el dolor que tiene festejar nada
“El limonero real” habla de la imposibilidad de conseguir una conexión concreta con el otro, y bucea en la iteración de situaciones que inevitablemente terminan por erigirse como el único sustento y razón de ser de algunos.
Una vez más Fontán experimenta con la cámara y hace fluir en el lente imágenes de transición que son claros índices del lugar en donde viven sus protagonistas.
En esta oportunidad, y a diferencia de sus filmes anteriores, la experimentación está mucho más medida, porque, al contar con un guión literario, su universo también tiene que detenerse en los personajes que acompañan a Wenceslao y su diario peregrinar entre el río, la orilla, los camalotes, el aburrimiento y el tedio.
Fontán coloca la cámara hábilmente para que cualquier otro reclamo sobre la constitución de sus personajes no exista, logrando transmitir con total naturalidad la familiaridad del río, sus personajes, su cultura y su folklore, pero también el dolor sobre algo que se pierde y que no puede, ni se podrá, recuperar.