Las películas protagonizadas por perros (interactuando con humanos, claro) constituyen a esta altura un subgénero con reglas propias y muchos fans: desde Marley y yo hasta Siempre a tu lado, pasando por Beethoven o la reciente Mi amigo Enzo, son films que apuestan sin rasgos de cinismo a la emoción más pura y directa.
En esta transposición de la célebre novela de Jack London de principios del siglo XX falla lo principal: el perro protagonista, Buck, es tan “perfecto” gracias a los efectos visuales generados por computadora, tiene movimientos tan imponentes y hasta gestos que por momentos parecen más humanos que animales que se pierde toda la naturalidad, el encanto y la empatía que este tipo de historias requieren (exigen).
Buck es una cruza de San Bernardo con Collie que pertenece a un juez, pero en la primera escena vemos que el travieso perro es robado de esa mansión pueblerina y trasladado a Alaska. En Yukón, en plena fiebre del oro de la década de 1890, aprenderá primero a tirar junto a otros perros del trineo de unos carteros y luego se convertirá en el compañero inseparable de John Thornton (Harrison Ford), un curtido buscador del precioso metal golpeado por la vida, más precisamente por la muerte de su hijo.
Ni los ojos saltones de Buck, ni la nobleza que el querible Ford aporta en un puñado de escenas ni la belleza de los exteriores filmados por ese excelente director de fotografía que es el polaco Janusz Kaminski (habitual colaborador de Steven Spielberg y ganador del Oscar por La lista de Schindler y Rescatando al soldado Ryan) alcanzan para maquillar (ni mucho menos para salvar) a esta película sin sorpresas, sin alma y sin onda dirigida a puro piloto automático por Chris Sanders, el mismo de las mucho más disfrutables Cómo entrenar a tu dragón, Lilo & Stitch y Los Croods.
En definitiva, El llamado salvaje -una producción del fenecido estudio Fox- resulta una fallida propuesta con el espíritu pero sin la magia de los mejores exponentes de Disney, compañía que ahora es dueña de Fox y se ocupó del lanzamiento de este mediocre producto.