El llanero solitario, un nuevo justiciero
Ni homenaje ni exaltación, apenas un tono farsesco para traer a la pantalla grande la conocida serie de los años 40 y 50. Lo que se busca alevosamente es poder conseguir una saga tan exitosa como “Piratas del Caribe: los productores, el guionista, el director y el protagonista, son los mismos. Está ambientada en un parque de diversiones, en 1933 y cabalga entre la precuela y la secuela. Allí, un envejecido Toro, domesticado por la civilización, evoca ante un niño el comienzo de la historia, en otro juego de espejos que deja ver la pobreza argumental del Hollywood de estos días, obligado a transitar viejos caminos y buscarles una vueltita para ponerlos otra vez en carrera.
El filme recrea, desde los confines de la comedia disparatada, las andanzas del indio Toro y del llanero enmascarado, un justiciero que, gracias a su cuñada, anda con ganas de dejar de ser solitario. Montado sobre la acción, la aventura y algo de humor, recupera los estereotipos del western: el noble shérif, la mujer íntegra y sufrida, el hombre de la ley tratando de acudir más a los libros que a las pistolas, el villano cruel y allá lejos, como telón inevitable pero secundario, el amor.
La novedad es que para no desentonar con lo políticamente correcto, el filme pone a los indios en el lugar que la buena historia les ha dado, dejando que los carapálidas se hagan cargo de la parte de crueldad, codicia, poder y maltrato.
El filme, más allá de su elevado presupuesto, tiene escasos atractivos: el humor es escaso y elemental; las escenas de acción no aportan demasiado a un cine que en este rubro parece haber alcanzado su techo en imaginación y realismo; los personajes son de historieta y no salen de allí; la farsa roza la parodia y la aventura mezcla un poco de todo. Johnny Depp, cada vez más cerca de la caricatura, le pone simpatía a este indígena algo melancólico que, como algunos tránsfugas, de tan conciliador, es mirado con desconfianza por los dos bandos. El avance del tren, obvia metáfora sobre la invasión del progreso (y la codicia) en territorios vírgenes, deja ver que los negociados entre empresarios ferroviarios y el poder, viene de muy lejos. El villano implacable, los bellos paisajes y algunos secundarios bien pintados le agregan algo de interés a una película alargada, rudimentaria, fallido ejemplo de un cine que necesita mirar para atrás a cada rato para poder encontrar su camino.