Cuando era chico jugaba al Llanero solitario. Andaba con los pibes del barrio gritando “¡ja iu silver!” en la plaza. Lo veía por la tele en los dibujos animados y además era el héroe favorito de Felipe, el mejor amigo de Mafalda. Y todo porque mi abuelo no se perdía ni un capítulo del radioteatro. Se quedaba pegado a la radio esperando cada capítulo (nunca pude comprobar si acá también se hizo como en Estados Unidos). En el cine tuvo una versión horrible que me llevaron a ver en 1981.
La verdad es que de su compañero y amigo, el indio Toro, sabíamos poco. Digamos que no estaba entre los preferidos a la hora de repartir los roles en la plaza. No. El héroe era El Llanero y todos queríamos ser él para que nos toque el sombrero blanco y la cartuchera con el revólver a cebitas. Sin dudas, él y Superman sean, probablemente, los íconos estadounidenses más importantes de la nobleza, la justicia y la incorruptibilidad.
En esta versión siglo XXI ocurre todo lo contrario. Es Toro (Johnny Depp) el más importante, aunque no parezca. De hecho es quien narra la historia. En 1933, en una de las clásicas ferias, un niño se acerca a una estatua no tan estatua (¿para qué está ahí?). El niño conoce la historia que le contaron pero no la verdadera, así que tanto él como nosotros asistimos a esta narración para ver cómo fue la cosa. Narrado en forma de flashbacks, con interrupciones aleatorias para poder pasar a otra cosa, o para luego continuar la acción como en las viejas series en episodio.
Así conoceremos detalles que estaban muy escondidos en la memoria. Cómo, por ejemplo, John Reid (Armie Hammer) se convirtió en el enmascarado; cómo conoció a Toro; el caballo, la bala de plata; por qué se llaman así los personajes, etc. Hay que decir que los guionistas Ted Elliott, Terry Rossio y Justin Haythe se esmeraron en cada detalle. No se guardaron nada en esta construcción del relanzamiento de un personaje casi olvidado y del cual esta generación de chicos no tiene ni la menor idea. La taquilla dirá si hay franquicia o no.
Decía que todo, o casi todo, gira en torno a Toro y en su versión de la historia. Mucho sirve como una muestra de la enorme cantidad de recursos de Johnny Depp, en quién descubrimos un nuevo personaje de los que le gustan interpretar. Muchos buscarán coincidencias con el Jack Sparrow de la saga Piratas del Caribe. Casi no las hay. Salvo por pequeños detalles de miradas de reojo y algún manejo de silencios. Toro no es Sparrow y Depp no se plagia a sí mismo. En todo caso la importancia de ambos se asimilan, pues casi todo lo relacionado con gags y humor de esta aventura descansa en él.
Por el lado del ritmo narrativo hay baches importantes en los cuales, por darle un subrayado especial o místico a ciertos momentos, el relato se plancha (la historia de Toro cuando era chico, por ejemplo). Para una película de dos horas cincuenta minutos es un riesgo.
El director Gore Verbinski no tomó riesgos innecesarios y se armó casi del mismo equipo que en las tres primeras “Piratas del Caribe” (2003, 2006, 2007, 2011). Johnny Depp en la actuación, Hanz Zimmer en la extraordinaria banda sonora, y Craig Wood en la compaginación a quien se sumó James Haygood, habitual montajista de David Fincher. La fotografía es de Bojan Bazelli que logra momentos interesantes, sobre todo en los escenarios naturales.
Por lo demás, “El llanero solitario” resulta un entretenimiento a la medida de los grandes estudios. Una verdadera superproducción que combina bien lo artesanal con las nuevas tecnologías, y aunque está más cerca de la aventura que del western propiamente dicho, no va en desmedro de pasar un buen rato.