Clásico -o éxito- de la radio y la televisión, El llanero solitario versión cine 2013 busca frenéticamente ser un éxito. La película de Verbinski-Bruckheimer (dúo de director y productor de Piratas del C aribe) desorienta, divierte, desconcierta y cansa. Cansa porque a veces aturde, pero sobre todo cansa por presentar una mezcla que en este caso se revela imposible. Con tantas tendencias y tantas apuestas la película se siente tironeada y estirada, y así no sólo llega a innecesarias dos horas y media sino que además deja ver en demasía el objetivo de "vender a cuanto público sea posible". Hay películas que logran ser multitarget con menos sufrimiento que El llanero solitario , pero aquí estamos ante un caso de notoria pérdida de unidad, e incluso de identidad, por ambición desmedida. Película de acción y aventuras con dúo que no se lleva bien (buddy-movie), película romántica, película sobre la familia, western con una enorme cantidad de citas y reciclados, película de humor deadpan , película de humor absurdo, película de una corrección política actual con iconografía de hace décadas, película con Johnny Depp como estrella. Y, sobre todo, película de tono de farsa que muta de forma intermitente a un tono más grave. Esos y otros tonos no se amalgaman, y la lógica de cartoon + slapstick que brilla por momentos queda aplastada por otras lógicas más solemnes. Y el vértigo, que podría atenuar los momentos menos lógicos o en los que el verosímil se ve herido, no se hace presente salvo en el inicio y el final en las secuencias de trenes, con múltiples homenajes, que van de John Ford a Buster Keaton. La del final es más espectacular, pero la del principio está mejor narrada, con mayor claridad.
Hay ciertos momentos, unos cuantos chistes, algunas ideas visuales y unos cuantos esplendores (o que tal vez recibimos como tales porque extrañamos el western en pantalla grande) que hacen que El llanero solitario tenga algunos atractivos. En realidad, dicho de otra forma: la película atractiva que hay (o había) en El llanero solitario versión Verbinski-Bruckheimer está hundida entre las necesidades de la súper producción de llegar a todos los públicos existentes y a los que quizás existan en un futuro. A veces la voracidad no es sinónimo de vitalidad sino el punto de partida de las faltas y las fallas de unidad, forma y coherencia.
Los actores, con Depp a la cabeza y su marca registrada de gestos mínimos y a la vez tremendamente expresivos, están todos bien, todos tienen claro el camino. Brilla Armie Hammer (y demuestra su gran futuro) como El Llanero, resplandece la belleza intrépida de Ruth Wilson y William Fichtneres ofrece uno de los mejores secundarios del cine. Todos apuestan a una fiesta de adrenalina, de sentido del humor y de velocidad. La película, por todo lo dicho, a veces opera en favor de los actores y en otras ocasiones aniquila el entusiasmo de los intérpretes con demasiada música grave y sobre todo con una tremenda incapacidad para la síntesis y la gracia constante, sobre todo cuando el elenco no se ve acompañado de trenes o animales. Caballos, liebres y escorpiones también tienen parte de los méritos actorales, o actorales-digitales. Y ellos también merecían algo más noble que la intención de vender todo a todos. O, al menos, una venta mejor.