El esquizofrénico Oeste.
Si hay algo que se puede aprender de El Llanero Solitario (The Lone Ranger, 2013), es que uno no puede tener todo. El proyecto estaba fijado a lo épico desde el inicio, cuando el productor Jerry Bruckheimer decidió resucitar al héroe del western para crear la próxima gran franquicia tras Piratas del Caribe. Fue solo cuestión de tiempo hasta que la mayoría del equipo que lo acompañó en esa serie se sumara, incluyendo a los guionistas Ted Elliott y Terry Rossio, el director Gore Verbinski y la estrella Johnny Depp. Parecía bien, especialmente al considerar que los últimos dos ya habían tenido experiencia mostrando vaqueros e indios, e incluso colaboraron en el gran homenaje animado Rango. Pero como muestra el resultado final, la pelea entre el estilo comercial de Disney y la reverencia comprometida del realizador resulta en un film que vaga sin una clara personalidad.
Los problemas con la falta de seguridad arrancan con el protagonista. Aunque, desde su creación para la radio en 1933, las aventuras del Llanero fueron lo suficientemente populares para saltar a la pantalla chica y a la grande, la película se siente insegura por el reconocimiento de su personaje principal (aquí interpretado por el querible Armie Hammer, conocido por su doble papel en Red Social), y le entrega las riendas a su cómplice, el comanche Toro (Depp, que baja un poco la sobreactuación y entretiene), quien relata como ellos se conocieron y se volvieron leyendas, en su búsqueda por ajusticiar al criminal Butch Cavendish (William Fichtner), con quien ambos tienen una cuenta personal. Era claro que no le iban a dar una película de 200 millones de dólares a un desconocido, así como que no iban a perder la oportunidad de captar a la audiencia en busca del nuevo Jack Sparrow. De todas formas, lo que esto logra es agregar otra historia más que desarrollar, que encima tiene que evitar ofender a las tribus nativa americanas.
Pero donde las cosas se salen de rieles (más que en las variadas escenas de acción sobre las vías del tren) es con el tono del film. En Rango, quedó claro que Verbinski es un fan del lado más oscuro del western, mediante los homenajes al cine de John Ford, John Huston y Sergio Leone, que se balancearon con seguridad entre la lisergia, la acción y la comedia slapstick. Sin embargo, en esta oportunidad el director entrega un trabajo más solemne, con influencias que van desde El maquinista de La General hasta Dead Man, aunque de donde parece que los responsables tomaron más material es el spaghetti de Leone Érase una vez en el Oeste (incluyendo una banda sonora de Hans Zimmer que quizás ponga furioso a Ennio Morricone). El asunto es que el deseo del realizador y los escritores por tocar de forma sucia el clásico tema del paso destructivo del progreso choca de manera estrepitosa con la intención de la casa del ratón por hacer una aventura ligera para toda la familia.
Así, el film termina como un tire y afloje fallido entre la caricatura y la realidad, lo infantil y lo terrorífico, lo solemne y lo cínico. Es difícil estar seguro de que película se está viendo. En un momento, el villano le arranca el corazón a un sheriff vivo y le pega un mordisco desesperado, frente a la reacción de asco (e incluso el vómito) de sus secuaces. Segundos después, hay una rutina de comedia con Tonto. Ese es el desnivel del film, en segmentos que van de lo absurdo (bromas con conejos carnívoros y pájaros muertos) a lo ofensivo (incluyendo la sangrienta masacre de una tribu comanche entera, que es seguida al instante por el acto de un caballo actuando raro). Para cuando llega el enfrentamiento final en una inventiva e intensa persecución con dos ferrocarriles dando vueltas por las montañas, al ritmo de la icónica obertura Guillermo Tell de Rossini, la película de repente recuerda tener diversión y alma. Pero para entonces, es demasiado tarde para salvar las cosas.
Quizás el film hubiera tenido mejores chances sin el alargue de la historia a dos horas y media. La narración de Depp en maquillaje de anciano (al estilo de Dustin Hoffman en Pequeño Gran Hombre) sólo interrumpe y no aporta, así como la corta participación de Helena Bonham Carter, quien es desperdiciada como una madame con pierna de marfil. Ella no es la única mujer que sale perdiendo de esto, ya que también hay una demasiado fina subtrama amorosa entre el Llanero y una vieja flama (Ruth Wilson), sólo usada como damisela en apuros. Además, el intento de Verbinski por seguir la estructura lenta y evocativa de sus ídolos lo termina perjudicando, porque él no tiene nada original que mostrar en esta ocasión.
Por todo esto, el tiroteo entre el estudio y el director hace que El Llanero Solitario salga perdiendo. Sin alcanzar con éxito el inicio de una serie, ni el homenaje a sus figuras centrales, ni la veneración a los grandes del género de vaqueros, ni la denuncia política sobre los pueblos originarios, este estirado producto deambula en el desierto de la nada, donde cada vez más tanques hollywoodenses van a morir.
@JoniSantucho