La película -claramente una historia de mujeres- arranca, sin embargo, con un hombre. Se trata de Elías, que bolso en mano abandona un pueblo rural para irse a trabajar a Buenos Aires. Deja en el lugar a su esposa Sonia, que está con un embarazo avanzado y será la protagonista absoluta de esta historia de fuerte raigambre documental y unos cuantos elementos de puesta en escena más ligados a la ficción.
Sonia está sola y espera. Tiene, sí, alguna ayuda de su suegra, pero su vida (su rutina) es decididamente gris y angustiante (para ella y a la distancia también para Elías). Viaja en camioneta, va al médico, se refugia en la religión (la presencia de los altares y de las charlas didácticas con una mujer evangélica es permanente) y va al almacén para esperar el llamado de su esposo en el teléfono público del lugar (no hay precisiones temporales pero todo indica que la acción transcurre hace unos años por la falta de celulares).
La monotonía de la existencia de Sonia es registrada con una narración árida, planos cerrados con poca luz, muchas veces directamente en penumbras, que intentan sintonizar con el estado de soledad y descontención emocional de alguien que parece ser apenas un vehículo para traer otra vida al mundo (se dedica también a preparar la ropa del bebé).
El film es riguroso y preciso en su búsqueda, pero no hay demasiados hallazgos ni sorpresas en una propuesta que por momentos resulta tan rutinaria como el día a día de su protagonista. El llanto nos transporta a un universo femenino postergado, resignado, alejado de estos tiempos de empoderamiento urbano. Es una propuesta honesta y valiosa, pero esta película heredera de aquel Nuevo Cine Argentino minimalista, austero y observacional luce algo remanida y a esta altura deja una clara sensación de déjà vu.