La intención es lo que cuenta
No deja de ser curiosa la costumbre que tienen las distribuidoras de cambiar a su antojo los títulos originales de las películas con el objetivo de vaya usted a saber. En el caso de la producción animada que nos ocupa se ha optado por transformar el original Dr. Seuss´ The Lorax por el más trepidante El Lórax: en Busca de la Trúfula perdida, en clara referencia a la primera de las aventuras clásicas de Indiana Jones.
Qué tendrá que ver un arca con una trúfula supongo que eso lo conocerán quienes han optado por la valiente traducción; nosotros tan sólo podemos afirmar que en la película una trúfula es un tipo de árbol que escasea en la ciudad de Theneedville (algo así como La villa necesitada).
Vayamos por partes: los mismos creadores y guionistas de la muy recomendable Mi villano favorito (de la que ya se está preparando una segunda entrega) se atreven ahora a trasladar a la pantalla grande una de las novelas más conocidas del Dr. Seuss (Theodor Seuss Geisel), un escritor y caricaturista estadounidense famoso por sus libros infantiles escritos bajo seudónimo. Entre sus narraciones que ya conocieron adaptación cinematográfica se destacan El Grinch, con un desatado Jim Carrey como protagonista; El Gato, con un no menos alocado Mike Meyers encabezando el reparto y la muy animada Horton y el mundo de los Quién.
En esta ocasión, los directores de esta nueva adaptación de la obra de Seuss han recaído en la pareja de realizadores Kyle Balda, en su debut tras las cámaras después de un currículum admirable trabajando en el departamento de animación en films como Toy Story 2 o Bichos, una aventura en miniatura, y Chris Renaud, director de la ya citada Mi villano favorito y que, entre otras virtudes, se ha atrevido a dar voz a algunos de los animales del bosque en El Lórax. Ámbos, nos sitúan en una historia cautelosa sobre la responsabilidad ambiental y social, criticando la codicia corporativa, y haciéndonos partícipes de la necesidad de la sostenibilidad del medio ambiente, ya que sin ella las consecuencias pueden llegar a ser devastadoras.
Este tema se resuelve como más oportuno y relevante en la actualidad de lo que pudiera llegar a ser en la época de los 70 cuando el visionario escritor norteamericano anticipó una problemática que, por desgracia, hoy está más candente que nunca.
El problema es que lo que podría resultar una propuesta audaz como lo fue Una verdad incómoda, de Al Gore, se queda en una mera excusa para ilustrarnos una historia vista una y mil veces: la de un adolescente que para contentar los deseos de su amada no cejará en su empeño hasta que consiga su objetivo máximo, que en este caso es poder conseguir la semilla de un árbol con el que pueda repoblar la estéril tierra en la que habita.
La película ganaría enteros si su puesta en escena resultara un poco más reposada; pero al ir dirigida a las plateas infantiles se le exige un ritmo frenético plagado de escenas de acción de parque de atracciones que acaban por ahogar el conjunto.
Persecuciones, huídas y más persecuciones con el único objetivo de entretener sin más. ¿Y el mensaje que en teoría se nos debería quedar grabado a sangre y fuego? Pues se utiliza como mero “mcguffin” para justificar cabriolas y escenas vibrantes.
Hay que reconocer la astucia de los creadores por idear personajes simpáticos que arrastran a la carcajada en más de una ocasión, con mención especial para los maravillosos cantapeces en concreto y para todos los habitantes del bosque en particular.
Como siempre, si es posible, es necesario recomendar la versión original a la doblada (sobre todo en el caso de los fastuosos números musicales, que en español pierden gracia debido a lo forzado de las rimas). Es una pena no poder disfrutar de las voces de Danny De Vito, Ed Helms o Zac Efron, aunque en el caso del primero se ha esforzado por poner voz a El Lórax en varios idiomas, por lo que su acento ingés dota a su personaje de una peculiar caracterización.
En definitiva, como suele ocurrir en muchos de los casos actuales en cuanto a cine de dibujos animados se refiere, estamos ante una obra que, en su afán por contentar a todo tipo de públicos, tanto adulto como infantil se queda a medio camino, de lo que podría haber llegado a ser si no hubiera tenido que pagar el peaje de la distracción a cualquier precio.
En ese aspecto, la novela de 1971 supuso un aviso valiente de lo que estaba por venir, mientras que la película quiere cargar más las tintas en despertar la imaginación sin atender mucho a las raíces de la historia.