El fallecimiento de Mabel desencadena una serie de conflictos entre sus hijes. Con la ausencia de la mujer, se produce la disolución de una concepción quística de la familia que ella tejía. La casa se vuelve extraña, pierde las formas mientras intereses disímiles emergen. Junto a las reconfiguraciones espaciales e identitarias, aparece el silencioso dolor del viudo, no solo por la ausencia de la mujer sino al percibir los cambios al interior de su hogar. Allí, uno de sus hijos ha decidido construir un departamento en la parte superior sin su aprobación.