Un documental de Martín Farina
Martín Farina comprende la materialidad, forma y soporte cinematográfico como un potente creador de experiencias que puede trascender lo finito en su último trabajo.
Son pocos los cineastas nacionales actuales que configuran un corpus sólido, que en el repaso de su obra hablan de un devenir y constante movimiento y que potencian cada relato que presentan con la necesidad de imaginar preguntas ante las inevitables respuestas que se desprenden de la pantalla.
Si en Cuentos de chacales (2017) Farina constituía un fresco sobre un personaje particular cercano a él, pero con la habilidad de correrse del punto vector, en El lugar de la desaparición (2018), segunda parte de esta historia, hay personajes vívidos que se evocan mediatizadamente para seguir hilvanando retazos e ideas sobre aquella familia que implosionó al exigir respuestas sobre lo que no se hablaba, sobre evocaciones y sugerencias, desapariciones, que necesariamente tienen que ser explicadas.
El archivo, presente una vez más en la obra, configura la narración, la que, a diferencia de su predecesora, en la disrupción de algunos elementos que se incorporan, como la música (Farina es compositor y músico), trazos gráficos, voz en off, se quiere hablar de cuestiones que determinaron decisiones sobre la libertad de cada uno de los miembros de la familia que se registra.
Así, el archivo sirve de motor del guion pero no es el único gran protagonista, al contrario, la decisión de registrar a los familiares como personajes, cada uno con su presentación, sirven para que no se especule sobre el porqué de decisiones presentes, aun mostrando a algunos de ellos como frágiles y especulativos, como calculadores y utilitarios, liberando de estos adjetivos al padre de la familia como el único capaz de avezar una realidad que tiene consternados a más de uno de ellos.
Farina posa la cámara y captura la esencia de cada uno de los miembros de la familia Markus, unos más activos que otros, pero todos con la necesidad de esclarecer qué se puede hacer con la vivienda que habita el patriarca más allá de las claras intenciones de mantener estática y aislada a esa figura que en su momento digitó los destinos de todos los miembros del grupo.
El lugar de la desaparición es hipnótica, y muy diferente, y allí en donde la divergencia con Cuentos de chacales se evidencia (no es tan experimental, o tal vez sí) es en la recorrida de la obra que se termina por perder de vista la capacidad para sorprender y jugar con las formas, el contenido y hasta las texturas del film, el que, sumado a la anterior, se nota que vuelve a hablar de familias y personas, de silencios, de paredes que esconden y que quieren gritar verdades, de mujeres que no se callan nada, de algunas que se silencian por el sólo hecho que está mal visto participar, de años de casados, de mentiras, de celos entre hermanos y de hombres que aún en su pedido de cesión quieren seguir siendo dueños de todo incluso, de sus muertos y fantasmas.