Uno puede imaginar que el guión de EL MAESTRO DEL DINERO se escribió al calor del fenómeno “Occupy Wall Street”, cuando buena parte de los Estados Unidos no solo se daba cuenta de que los bancos los habían estafado sino que, tras la crisis, todos salieron bastante bien parados del caos que se avecinaba. Esa bronca de la mayoría de la población bien podría ser encarnada por Kyle (Jack O’Connell), un joven que ha perdido todos sus ahorros en una sorprendente caída de acciones de una compañía que perdió 800 millones de un día para el otro. El confundido y enojado Kyle decide agarrárselas con Lee Gates (George Clooney), el conductor del programa de televisión que da título al filme (“Money Monster” en el original), una suerte de gurú de los negocios que recomienda inversiones de un modo un tanto payasesco en su show. ¿Cómo lo hace? Entrando con armas y una bomba al estudio y forzando a que su disparatada epopeya sea transmitida en vivo para todo el mundo.
La película dirigida por Jodie Foster narrará, en lo que parece casi ser tiempo real, esa toma de rehén en un set de televisión en el que además están atrapados muchos de los que trabajan ahí, como la productora Patty (Julia Roberts) y otros técnicos. Pero los que allí trabajan empiezan a darse cuenta que algo de razón Kyle tiene y que esa caída de acciones es bastante sospechosa, por lo que empiezan a investigar a Walt (Dominic West), el empresario que aparentemente fue víctima de un error en el sistema que hizo que desaparecieran 800 millones en un instante. Es claro que todo no fue tan casual…
EL MAESTRO DEL DINERO funciona, casi, como una película de género de Clase B, filmada casi toda en un estudio y alrededores. Acaso por los dos grandes nombres que encabezan el reparto –y el de la directora– uno pueda suponer que está ante una producción grande, pero no lo es. Se trata de un thriller hecho con poco dinero sobre los desastres que pueden causar los perversos manejos económicos del sistema, aún siendo técnicamente legales. Y si bien la situación no escapa de lo previsible para este tipo de relatos –y las discusiones sobre los bancos que explotan a la gente las escuchamos ya mil veces–, resulta interesante ver cómo se maneja el mundo de las inversiones veloces y constantes hechas mediante algoritmos matemáticos.
Si bien es un tema arduo de explicar en el contexto de un thriller (LA GRAN APUESTA lograba hacerlo con un tema aún más complejo, pero era una película más ambiciosa), el universo de los usos y abusos que se hacen con el dinero de la gente a partir de programas informáticos que “deciden” adónde van o no sus ahorros resulta intrigante. Y lo mismo las conexiones que la historia termina teniendo con cuestiones no tan lejanas al universo de nuestros conocidos “fondos buitres” y la explotación de la deuda de países en desarrollo.
Más complicado de tomar del todo seriamente son las peripecias específicas de los personajes, en especial la confusa y ambigua relación que la propia película parece tener con su joven atacante. A lo largo de cien minutos uno podría pensar que está ante las autoridades y policías más inútiles del mundo, pero hay algo absurdo en todo el asunto que funciona bien en el marco del “paraguas” de thriller clase B que circula sobre todo el relato. Se trata de una película menor, disfrutable pero finalmente pasajera pese a la seriedad de los temas que pone en juego. Su presencia en Cannes, claramente, está ligada a los tres grandes nombres que tiene y que engalanarán su alfombra roja, pero puede confundir respecto a qué película el espectador va a ver. No, no es una nueva versión de LA GRAN APUESTA. Es, más bien, algo parecido, pero en clave menor, a EL PLAN PERFECTO, aquella película de Spike Lee que, caramba, la propia Foster protagonizaba.