Un pequeño pueblo donde todo se dice en voz baja y mantener esa situación es funcional a la rutina. Pero basta que alguien encienda el prejuicio, la discriminación, la homofobia para que el ambiente se enrarezca y todos vean lo que no vieron y se transformen en actores histéricos e inapelables. Cristina Tamagnini, la autora del guion y codirectora del film junto a Julian Dabien, conoció esa cultura, ese maestro a quien homenajea en la película, pero su mirada no va hacia la humanidad despreciada del educador, sino se dirige a “los otros”, a los que se encargan de la construcción del prejuicio, del dejarse llevar en manada sin que ninguna voz se alce para reparar la injusticia. Pero también el film muestra como un maestro puede despertar sensibilidades, descubrir vocaciones, abrir nuestra cabeza y nuestra imaginación. La elección de Diego Velázquez como protagonista es un hallazgo, el actor que sabe de matices y profundidades muestra el tamaño de la honestidad, la integridad de ese hombre. Lo acompañan muy bien Ezequiel Tronconi, Ana Katz y un sólido elenco. Los directores, declarados conocedores de culturas pueblerinas, pintan muy bien ese entorno tranquilo que se enrarece y acobarda, mientras los más chicos empiezan a entender de que la va el mundo de los adultos en su peor versión. Vale la pena.