El interior de los prejuicios
La mirada sobre ciertos temas muchas veces peca de circunscribir una totalidad a partir de un único prisma que se tiene en cuenta, por ejemplo una región geográfica. Las problemáticas vinculadas con el movimiento LGBTQ no pueden pensarse de la misma manera en una ciudad como Buenos Aires que en pequeños pueblos de interior. Cristina Tamagnini, guionista y co-directora, decidió ficcionar la historia de Eric Staller (a quien ella conocía), un exponente de la docencia cooperativista en Córdoba víctima de la segregación por su preferencia sexual. Diego Velázquez es quien interpreta a este maestro (con otro nombre y en la localidad salteña de La Merced) de una manera austera y melancólica, pero poderosa en un silencio que lo detiene para vivir libremente dentro de una sociedad movilizada por el prejuicio. Su nombre lejos del mainstream, que hace parar la oreja cuando se atiende la presencia de los Darín, Francella, Peretti y otros, quizá merezca tener una atención más pronunciada tanto en la crítica como en el público.
La narración precisa y sobria acerca de un docente que sufre la discriminación por parte de una sociedad anclada en el Medioevo lleva el concepto de alegato a una fortaleza más impactante, en relación con aquellas películas que se ponen un megáfono delante para alcanzar una llegada masiva. El guión de Tamagnini expone el miedo de las comunidades a las que los vientos de cambio todavía no llegaron; en el silencio de su protagonista se cuece la impotencia ante una virulencia infundada. El foco puesto en un personaje que se muestra aliado, como lo es el que interpreta Ana Katz, también desnuda esa hipocresía que se recuesta en la perspectiva rancia y maliciosa de lo que se denomina como “la gente”, en especial para justificar las miserias sociales. En la trama sobre el acto escolar, que atraviesa casi toda la historia, hay también cierta destreza narrativa y de austeridad dramática porque se genera tensión gracias a un tiempo límite trazado: los días faltantes para ese montaje de la obra protagonizada por los alumnos del maestro.
El cine argentino estrenado durante esta cuarentena ofrece un halo de esperanza, tanto en el rigor de lo estrictamente cinematográfico como en la continuidad de historias que transcurren en otros espacios del país, lejos del AMBA (Tóxico y Las furias, dos estrenos de las últimas semanas, son ejemplos claros). Probablemente de una vez por todas podamos aceptar historias sobre personajes de diferentes lugares del interior como ya abrazamos normalmente lo que le sucede, por ejemplo, a un redneck de Portland en cualquier película.