Los vientos de aceptación que soplan en la actualidad afortunadamente son otros, pero también son bastante recientes. El Maestro es una historia que viene a recordarnos algo: aunque la homofobia ha recedido, todavía existe y sigue a tiempo de asomar su corrosiva cabeza.
El Maestro: Pueblo Chico, Infierno Grande
El Maestro tiene muy en claro su tema; para ilustrarlo, se anima a recorrer avenidas poco transitadas. Es una narración de cocción lenta, donde si bien hay un notorio desarrollo de personaje en cuanto a su protagonista, el acento está puesto en cómo lo ven los demás. Un “pueblo chico, infierno grande” que en realidad pinta un lienzo mucho más amplio: el de toda una nación, el de toda una época que parece lejos y hace tiempo pero en realidad está casi fresca en la memoria.
En El Maestro la cuestión de la homosexualidad del personaje no es obvia desde el vamos; no es sino hasta mitad del film, aproximadamente, que nos queda claro. Hasta esa instancia, lo vemos como lo que es más allá de su orientación sexual: un maestro dedicado, que busca sacar lo mejor de sus alumnos, se preocupa por ellos y por nutrir sus mentes. Por otro lado, lo que se desarrolla, lo que se construye progresivamente desde el primer minuto, es el “chusmerío” de pueblo, el “qué dirán” corrosivamente intolerante y puesto en boca de algunos personajes que habitualmente no tienen mucha autoridad moral.
Muestra el daño a largo plazo que una mentalidad de colmena puede provocar. El deseo de ilustrar ese daño es lo que hace posible que el mensaje de la película llegue a calar hondo, a pesar de que los personajes no experimentan ningún cambio interno; ese es en cierto modo el punto: mostrar lo que pasa cuando las actitudes negativas de nuestra sociedad no solo no cambian, sino que se normalizan.
Es sobre saber reconocer el daño que semejante gesto puede hacer en un niño; condenarlo a vivenciar –y perpetuar– el mismo prejuicio, autoengaño e infelicidad. No por nada, la obra que los niños interpretan en un acto escolar es una teatralización de El Principito, de Antoine de Saint Exupery, cuya frase memorable “Eres responsable para siempre de lo que has domesticado” interpela al espectador sobre lo que mucho que hemos cambiado, lo mucho que todavía queda por corregir y lo que nunca debemos perder de vista.
En materia actoral, si la medida sutileza de la película llega a buen puerto, se debe a la fluida y segura labor interpretativa de Diego Velázquez, apoyado por las labores de Ezequiel Tronconi y Ana Katz.
En materia visual, El Maestro posee abarcativas composiciones de cuadro en formato Cinemascope, que no pocas veces evocan a la puesta de una obra de teatro. Eso dicho en el mejor de los sentidos, ya que ayuda a plantear la ventana al pasado reciente en el que se enmarca el film.