El haberse topado con Pajarito Zaguri como vecino fue el motor inicial de este documental en el que Pedro Otero, a través de una serie de conversaciones con la mítica pero a la vez no muy conocida figura fundacional del rock nacional, va dando a conocer al personaje. No hay demasiado interés puesto en armar una biografía o una cronología wikipédica en la propuesta, sino mostrar al personaje con sus particulares características: el más independiente y marginal de los rockeros/bluseros de la primera generación del rock vernáculo que siempre se mantuvo al margen del éxito comercial y la masividad.
Pero Otero cruza una serie de fronteras. Por un lado, mostrando la cocina del documental. Y, por otro, poniendo en duda muchas de las aseveraciones de su protagonista. Pocos lo conocen, casi ninguno sabe qué es de su vida y al propio Zaguri le gusta ese juego de verdades y mentiras, al punto que cuenta varias anécdotas falsas. Allí aparece una situación llamativa. El director le propone al personaje anunciar su muerte públicamente y que sea una mentira. Solo su hija sabrá la verdad. Es entoncs que el documental juega con una idea: ¿la muerte de Zaguri fue tal o es todo un juego, una locura más a la que se prestó el músico?
Muchos deben saber la verdad del asunto pero no la revelaré acá. Además de las conversaciones informales con Zaguri, Otero aporta comentarios y recuerdos de personas que lo conocieron en la vida real o por su fama de figura secreta del rock nacional. Algunos famosos, como Diego Capusotto o Esteban Lamothe. Otros, desconocidos. Y lo que logra es una pintura simpática y amable de Zaguri, una que trata de mostrarlo como un vecino de barrio, en situación de entrecasa, pero parte también como alguien que es parte de una cultura, como la del rock, con sus códigos y tradiciones. Lo de si murió o no puede no ser más que una broma. Lo cierto es que durante los 80 minutos que dura este fresco, asumidamente descuidado y atractivo documental, Pajarito Zaguri está más vivo que nunca. En el cine la muerte no existe.