Un médico (Eduardo Noriega) se enfrenta a la tribulación que le provoca el descubrir el extraño e invaluable poder que tiene en sus manos: el de curar, más allá de cualquier pacto hipocrático, más allá de cualquier conocimiento aprendido en la facultad. Lo sobrenatural como norma, y el dolor como precio a pagar.
Este largometraje del debutante Oskar Santos tiene el mérito de contar con buenas herramientas narrativas un drama con ribetes fantásticos que deriva hacia el suspenso hecho y derecho, pero sin apelar a demasiados lugares comunes, más allá de los guiños de un género que, a la hora de interpelar al público masivo, suele perder contundencia y ponzoña.
El mal ajeno es, además, un film de terror (light) con densidad dramática, que abreva en aguas de una tensión bien llevada por un guión estructurado en torno al ¿poder? ¿maldición? que lo paranormal deposita literalmente en las manos del protagonista.
No es difícil imaginar la misma trama y con elementos similares en manos del Claude Chabrol de los últimos años, pero lo concreto es que tenemos aquí a un director debutante, que si bien no entrega grandes momentos o escenas que puedan llegar a colocarse entre lo más intenso y atractivo del cine europeo, sí logra ofrecer una dosis de intriga suficiente intensa como para enamorar por un rato.
El trabajo de Eduardo Noriega, cuyo personaje carga con el noventa por ciento de la responsabilidad dramática de la historia, es correcto, al igual que sus compañeros de cast, que suman a una narración compacta y precisa. El resto es buena ambientación, música ad hoc y una espesa neblina de clima bien llevado. Vale la apuesta.