Las manos que curan... y enferman
Con el aval en la producción del hollywoodense Alejandro Amenábar (Agora, 2009), con guión del experimentado Daniel Sánchez Arévalo (Gordos, 2009) y bajo la dirección del novel Oskar Santos, El Mal Ajeno (2010) se enuncia como un drama hospitalario que vira al thriller sobrenatural. Anclado en un médico que, como titiritero inconciente, maneja la vida y la muerte de una serie de personajes que conforman su micromundo, se vuelve sugestivo ante lo imprevisible de lo que cuenta y cómo lo hace.
El personaje central que llevará los hilos de El Mal Ajeno recae en Eduardo Noriega (Plata quemada, 2000), quien interpreta a Diego, un médico de la unidad de enfermos terminales de un hospital. Recién separado de su esposa (Belén Rueda), enfermera en el mismo nosocomio, y con una hija en plena rebeldía adolescente (notable trabajo de Clara Lago), pasa su tiempo dedicándose metódica y obsesivamente a su trabajo. Una de sus pacientes (Angie Cepeda), que sufre de esclerosis múltiple, tiene un intento de suicidio y entra en coma irreversible. La paciente está embarazada y la “supuesta” pareja de la víctima, en medio de una crisis nerviosa, le dispara un tiro en el pecho al médico para luego suicidarse delante de él. Para sorpresa de todos, a Diego no se le encuentra ningún disparo. Es a partir de ese momento cuando sus manos empiezan a tener un don especial, con un giro dramático que no conviene develar para mantener la intriga del film.
El Mal Ajeno es una propuesta narrativamente interesante por la forma en que se construye el relato y cómo evita caer en lugares comunes. Uno de los puntos más atractivos es la posesión de un guión solvente que no deja cabos sueltos. A pesar de que ciertas escenas puedan parecer descolgadas o carentes de sentido se irán resignificando a medida que la historia avance, completando de esa forma un rompecabezas fílmico que puede parecer fragmentario. Como la trama se construye a partir de un hecho sobrenatural no se le puede pedir verosimilitud al relato pero si una coherencia que en ningún momento se pierde, y ese es uno de los elementos más fuertes de una historia que va creciendo en intensidad dramática.
Uno de los elementos que el film remarca, de manera casi metódica, es el del egoísmo humano. Cada uno de los personajes involucrados girará sobre su propio eje priorizando lo que para lo mejor para él, es así como cada uno tomará una serie de decisiones que, pese a creer lo contrario, terminarán siendo actos egoístas y que pondrán en crisis una vez más el debate de sobre qué es lo correcto para unos y que para otros.
Oskar Santos nos conduce por el laberinto de la vida y la muerte a través de un thriller sobrenatural que más allá de algunos puntos flojos (algunas sobreactuaciones y un dramatismo en algunas escenas excesivo) llama la atención por contar con una historia potente que narrada desde la coralidad no sólo entretiene sino que logra hacernos pensar sobre si lo que creemos lo mejor resulta serlo.