Enigma que tarda en ponerse interesante
Sebastián Sarquís lleva más de veinte años en trabajos de producción, con y sin buen presupuesto, desde los últimos films de su padre, siempre exquisito, de mucho despliegue, hasta ese corazón de zona sur que es «El torcán», donde se nota que todo se hizo con dos pesos, pero con tanta entrega, y con Oski Guzmán literalmente transformado en Luis Cardei, que emociona a cualquiera.
Hace un par de años quiso probarse como director. Lo hizo con precaución: fondo chico, mínimas locaciones, mínimo elenco. Un solo actor lleva adelante la trama, en muy escasa y ocasional compañía, interpretando a un hombre secuestrado en alguna casona del Delta, que solo consigue contactar al chico que le trae la comida y a un viejo que aparece un día por error (o para tirarle la lengua), mientras su esposa parece estar negociando el rescate. Con ese planteo, ¿podría desarrollar la tensión, interesar al público, atraparlo? No todos tienen mano para eso.
La película tarda en empezar. A cierta altura parece detenida. Pero al final arranca, da unas vueltas de tuerca, se pone interesante. Lo que vemos, nos sugiere, puede ser en parte lo que la víctima imagina, no lo que pasa en realidad. Imagina traiciones, dobleces, incapacidad o turbiedad por parte del hijo, incomunicación entre ambos. Tiene a mano las «Cartas al padre», de Franz Kafka. Ciertos párrafos parecen salir de su boca como con cargo de conciencia, o con dolor de descubrimiento tardío. Y lo que pasa en realidad es una sorpresa, en varios sentidos.
Jean-Pierre Noher protagoniza la obra, en esfuerzo solitario, principalmente sostenido en la mano incipiente pero hábil del director debutante, la fotografia de Mauricio Riccio, los sonidos y la reducida música de Pablo Sala. En cuanto al título, alude a cierto estado de ánimo que producen los sauces. No confundir con los que produce el árbol cantado por Silva Valdez y Ginastera en memorable tema folklórico.