Paranoia sin rumbo
Este nuevo film del aquí guionista, fotógrafo y director Gustavo Corrado arranca de manera intrigante y auspiciosa: vemos al protagonista, Julián (William Prociuk), un muchacho vestido de impecable traje oscuro, manejando un imponente BMW negro por las rutas de una zona desértica tan bella como desoladora. El auto se queda sin nafta y el joven terminará pidiendo ayuda en una casona del lugar. Claro que allí no encontrará inocentes vecinos, sino una comunidad bastante violenta y perversa. Quedará, por lo tanto, atrapado entre una falsa hospitalidad y promesas de combustible para su vehículo que nunca llega.
El problema es que, tras esos primeros 10 minutos, la historia se le escurre de las manos al director de El armario y Garúa como la arena del árido lugar. Hay un misterioso maletín que funciona como McGuffin hitchcockiano, un atisbo de historia de amor con una muchacha que, junto con su hija, espera en vano desde hace años la llegada de su marido desaparecido, un terremoto, unas pesadillas en forma de flashbacks que explican algo del pasado del protagonista y claro las miserias y rituales de esa suerte de secta.
El film no termina de encontrar nunca sus climas ni su rumbo. No llega a ser un relato de terror paranoico, no hay construcción de tensión ni suspenso, tampoco se logra un mínimo espesor psicológico dentro de ese clan, los diálogos son en muchos casos ampulosos, las actuaciones resultan en general bastante forzadas y, así, no hay manera de empatizar con los personajes ni de involucrarse en sus decisiones y acciones. Queda, por lo tanto, la posibilidad de apreciar la belleza del lugar, aunque ya estemos hablando de méritos más turísticos que cinematográficos.