La Casa Blanca en bandeja
Es interesante, más allá de sus enormes baches. Y lo es porque mal o bien pasa rápida revista a hechos que le han puesto su marca al siglo pasado: el asesinato de Kennedy y Martin Luther King, la guerra de Vietnam, Watergate. El film asume un claro tinte de corrección política y carga las tintas cuando aborda el horror de la discriminación. Porque por encima de este vuelo rasante sobre un pedazo de la historia de la Casa Blanca, lo que realmente aquí se cuenta es la trayectoria de un negro que se crió en los infernales algodonales del furioso sur (madre violada y padre asesinado por el patrón), que acaba anclando en la Casa Blanca como lavacopas y que irá ascendiendo hasta convertirse en el mayordomo de confianza de los presidentes que fueron pasando: desde Eisenhower hasta Reagan, pasando por Kennedy, Johnson, Nixon, Ford y Carter. El filme es la biografía de ese personaje que realmente existió, que se llamó Eugene Allen, al que el cine le cambió el nombre, le agregó un costado heroico y además un hijo: un joven rebelde que con su postura radicalizada resume y potencia el tema central de esta película. Porque lo que el film pregunta (y este mayordomo al final se cuestiona) es: tiene sentido poner su vida al servicio de los que esclavizaban a su raza. El hijo le reprocha haberse conformado con ser “un negro bueno” al servicio de los blancos en lugar de sumarse a la causa de los que aspiran a ser buenos ciudadanos, con todos sus derechos. El filme va de la Casa Blanca a la vida hogareña. Y allí no todas son buenas: la mujer es alcohólica (“te olvidas de tu hogar y sólo pensás en la Casa Blanca); los hijos hacen lo que pueden; los recuerdos vuelta a vuelta lo zamarrean. La película no va más allá del aspecto meramente divulgativo y algunos apuntes ambientales son tan apurados que estropean el conjunto. Los presidentes son apenas figuras de reparto, mal presentadas, que ni siquiera son parecidos. Pero bueno, son referencias insoslayables a la hora de inventariar el ascenso de un hombre que nació en un pantano de terror y se codeó con lo más alto y cuya biografía sirve para que el cine americano vuelva a ponernos sus banderas, sus cánticos a la oportunidad y todo su discurso prometedor, mientras al mayordomo se le caen las lágrimas y Obama se hace cargo del milagro. Es una película llena de buenas intenciones, sentida y calculada, que tiene su cuota de dolor y reverencias, pero que, por dedicarse a los grandes temas, dejó de lado lo más sabroso, que era las anécdotas que podía aportar un testigo tan directo, tan cercano y tan apreciado. Es convencional, elemental en su planteo y está dirigida por efectista descarado: Lee Daniels, el director de la deplorable “Preciosa”. Pero, pese a estos reparos, el tema interesa, hay buenos trabajos (Forest Whitaker y Oprah Winfrey) y siempre atrae poder echarle un vistazo a esos pasillos por donde han circulado los dueños del poder.