Al servicio del poder
Cecil Gaines es un niño esclavo en los algodonales del sur de los EE.UU. Uno de los esclavistas viola a la madre de Cecil y luego mata a su padre delante del niño. La señora de la casa (Vanessa Redgrave) decide llevarse al niño de los algodonales y educarlo como sirviente en la casa. Allí Cecil aprenderá a servir a los hombres blancos y asumir la invisibilidad propia del sirviente.
Con el tiempo, Cecil se transforma en un sirviente muy apreciado por su servicialidad, y su ubicación frente a los blancos. Esta situación lo llevará a ser empleado en la Casa Blanca como integrante del cuerpo de mayordomos. Desde esa plataforma, Cecil será un observador privilegiado de los diversos escenarios políticos en EE.UU en torno a la conquista de los derechos civiles de los hombres negros.
El relato intenta reflejar sinópticamente los principales acontecimientos en torno a la conquista de los derechos civiles. Como es habitual en la filmografía de los EE.UU, cualquier representación de acontecimientos históricos resulta impensable e incomprensible sin tomar a un caso particular en el cual se refractan dichos eventos. En este caso, la familia de Cecil es ese microcosmos que opera como una analogía de la realidad social más amplia; los mismos conflictos entre los extremos de la lucha de los negros (los sumisos, los moderados y los extremistas) parecen encarnarse de modo directo y sin pérdida alguna en cada uno de los integrantes de su familia.
El propio Cecil representa la mirada sumisa y conformista, de quien acepta lo que le ha tocado, tratando de huir permanentemente del terror que le produce enfrentarse a la injusticia que le toca a su gente, y que le ha tocado a él mismo cuando niño. La esposa podría representar el ala moderada, mostrando cierta solidaridad con otras madres cuyos hijos han sido asesinados por el odio racial, pero no teniendo participación política alguna. Finalmente, el hijo mayor representa el ala extrema de la lucha de los derechos civiles, entrando en conflicto con los propios valores de su padre.
Pese a que el film es un producto interesante, lleno de buenas actuaciones y abundante en grandes personalidades de la pantalla, el relato tiene un problema formal y un problema actititudinal, ambas son la causa de que el relato sea más solemne que conmovedor; más políticamente correcto que sincero.
El primer problema es que el contrapunto entre el microcosmos particular de la casa Gaines y el macrocosmos de la política de EE.UU lleva a que ambas líneas se desarrollan con una misma superficialidad, y que ambas líneas antinómicas no se resuelvan en ninguna síntesis; por un lado, tenemos la invisibilidad del Cecil/sirviente, y por el otro, la intención de la película de mostrar los eventos desde la óptica particular e individual de un sujeto que se anula a sí mismo. Esta invisibilidad lleva a que la psicología del personaje se difumine en el mar de situaciones en donde su subjetividad se ahoga.
La película quiere mostrar la historia a través de la óptica de una psicología que se obstina en no constituir ninguna perspectiva, en pasar desapercibido, en no existir. Por ello, no deja de ser sintomático que el film haya escogido como óptica narrativa a Cecil y no a su hijo, quien se presenta como la versión opuesta de la invisibilización como estrategia de supervivencia.
En conclusión, no se ha profundizado en los sucesos históricos debido a la excusa de utilizar a la familia Gaines como medio de expresión de tales conflictos, pero tampoco se profundiza en ellos en el relato, reduciéndolos a meros estereotipos. El problema actitudinal es la excesiva solemnidad que la película asume con el tema en cuestión. Cuando una película ha decidido que no está a la altura del tema que está representando, ha perdido todo sentido el núcleo de la representación.
Es muy notorio que El mayordomo es un film armado para ganar el Óscar; es muy evidente el oportunismo político de la coyuntura actual en la que un hombre negro es presidente de los EE.UU. Todo eso que no debería notarse, se nota.