No hay manera más certera que describir a The Butler como una bomba lacrimógena, armada con astucia por el director Lee Daniels y su compañero del crimen, el guionista Danny Strong. La comparación puede resultar odiosa hasta cierto punto, pero el film es un burdo intento de crear un estandarte como lo fue en su momento la inolvidable Forrest Gump pero con un personaje negro a la cabeza, a la vez de crear conciencia de las injusticias raciales que siempre se suscitaron y también, claro, llevarse unos cuantos premios Oscar a sus casas, como si todo se tratase de una tarea sencilla. En la carrera por lograr todo lo antes mencionado, The Butler termina convirtiéndose en una película fría y calculadora, nada memorable y, por sobre todas las cosas, aleccionadoramente incorrecta.
Desde la primera escena ya se puede demostrar ante qué tipo de producción nos encontramos. Trabajo esclavo, violaciones y muerte, son los condimentos con los que Daniels cree que va a cautivar la atención del espectador, aunque se huele a kilómetros sus ínfulas. "Una voz callada puede iniciar una revolución", reza el póster de la misma. Las maravillas de la publicidad pueden hacer parecer que el personaje de Cecil Gaines tuvo algún que otro dicho en los puntos más álgidos de la historia de Estados Unidos, pero nada más alejado de la realidad. Durante sus 34 años de servicio en la Casa Blanca, Gaines tan sólo fue una cara -más que amable, eso es irreprochable- entre las tantas personas que revolotearon alrededor de los cuantiosos presidentes americanos. La presencia del mayordomo sirve así para hacer uso del extenso elenco y el desfile de caras de renombre, que si tienen más de dos minutos de pantalla se pueden considerar agradecidos. Aún con la potente firmeza que caracteriza a un actor formidable como Forrest Whitaker, su historia y su crecimiento personal no tiene punto de apoyo si se tiene en cuenta que la narrativa paralela del hijo mayor de Gaines, un activista por los derechos del ciudadano negro, es diez veces más interesante y genera puntos de conflictos genuinos, amén de las mejores escenas del film.
El cachetazo final viene en forma del endorsamiento al primer presidente afroamericano en la historia del país, que es un hecho para destacar pero da vergüenza en la forma en la que está guionada y dirigida, en un claro intento de sonsacarle un comentario real del dirigente actual. Hay que admitir que lo lograron, ya que Barack Obama reconoce haber llorado viendo la película, pero a coste de un cúmulo irresponsable de agentes edulcorantes rayanos en lo insufrible. No hay que desmerecer, sin embargo, que los 132 minutos de duración están cargados de buen ritmo y, si bien no se pasan volando, la historia es ágil y atrapa en donde tiene que atrapar -las (des)aventuras de David Oyelowo- y aburre donde están las fallas más visibles -la vida servicial de Gaines no funciona nada más que para ver a todos los presidentes en su lugar de trabajo-.
The Butler es una película fallida, que deja ver sus costuras todo el tiempo y ya desde el primer avance uno puede ver su finalidad: premios, premios, premios. Una verdadera pena, porque todo el talento actoral se ve mayormente desperdiciado en una historia que apenas flota y no por su tronco principal, sino por los fragmentos interesantes esparcidos aquí y allá. La otra cara de la moneda la podremos ver en 12 Years a Slave, con la misma temática pero de ejecución en apariencia mucho más precisa, por eso es una clara favorita a llevarse todos los galardones en 2014. Las chances de The Butler, por otro lado, se ven negras... (sic)