Sucedió hace apenas unos minutos. Me senté a escribir este artículo, pero antes paseé un poco por el amigo Facebook. Allí vi uno de esos afiches que circulan de a millones por las redes sociales. Me gustó el texto/imagen: “nadie nace racista”, debajo de un bebé sonriendo a un hombre negro, mientras su mamá mira hacia otro lado. Es un juego de palabras respecto de aquella otra sentencia que también comparto: “ningún pibe nace chorro”. Parecen afirmaciones con las que nadie podría disentir. Y sin embargo todavía existe tantísima gente que aún se niega a entender que el ser humano es un animal (precisamente todo lo contrario: no es un animal) de cultura. Todos sus comportamientos, los aceptables, los repudiables, son productos de la cultura que lo ha diseñado y lo contiene (las redes sociales, por frívolas que parezcan, también son cultura y ojala nos modifiquen para bien).
Sobre la cultura norteamericana abreva El mayordomo,el nuevo film de Lee Daniels. La película cuenta la vida de Cecil (basada en la historia de real de Eugene Allen, interpretado por Forest Whitaker), un afroamericano que creció en las plantaciones de algodón de los estados de sur y cuyo itinerario como esclavo/sirviente/mucamo lo llevó a servir varias décadas en la Casa Blanca. Su cambiante vida se desarrolló en paralelo a los momentos cruciales de las luchas de los derechos civiles de los negros. En tradición de típica biopic, o mejor aún, en la tradición de los filmes como Forrest Gump, la historia de Allen era parada obligatoria para una película hollywoodense.
El guión escrito por el mismo Daniels tiene el acierto conceptual de involucrar la vida de Cecil dentro de un contexto macrosocial. Esto, que puede parecer una obviedad cinematográfica, demuestra que el director comprende que nadie está exento del alrededor, éste afecta a los individuos. Esta visión de mundo se corresponde con la estructura de repaso de historia que tan famosa hizo la película con Tom Hanks: al igual que el pobre Forrest, Cecil también es testigo del pasar de muchos presidentes y personajes relevantes de EE.UU (Robin Williams es Eisenhower, James Marsden, Kennedy; Liev Schreiber, Johnson; John Cusack, Nixon, y así muchos más) y de las respuestas civiles y armadas, las pacíficas y las violentas.
En plan de contar los dos ámbitos, el privado y el social ¿pierde la película posibilidades de profundizar? Seguro. El film cae en lugares comunes (Nixon es malo; Kennedy, bueno) y revisa la historia yanqui hasta ahí: hasta donde Hollywood suele revisar. Políticas exteriores, asimetrías e imposición de mercado a naciones exhaustas, fomento de guerrillas convenientes y demás horrores tendrán que esperar, oootra vez, para otra película. Pero hay algo que es más importante que eso. Aunque parezca imposible, lo hay. En la recorrida, una idea late detrás de cada escena. Daniels jamás pierde de vista el hecho de que, así como nadie nace racista ni esclavista ni asesino ni ladrón, tampoco nadie nace abusivo ni saqueador ni indiferente. La idea de que las mayorías ricas tienen preponderancia (o “mayor responsabilidad”, para citar uno de los eufemismos preferidos estadounidenses) por sobre las minorías pobres es tan solo otra imposición cultural. Cuando cambie la cultura cambiarán los actores, quines cambiarán las desigualdades y reacciones equivocadas e injusticias. Pero ¿cómo hacerlo si es la cultura la que determina a las personas? Allí se halla la idea más paradójica, la más compleja dentro de un film de apariencia sencilla: al fin y al cabo, la Cultura, así, con mayúsculas, la hacen las personas. En cada gesto, cada mínimo hecho, cada insignificante elección. Si las plantaciones algodoneras fueron lo más parecido al infierno en la Tierra, fue porque las personas beneficiadas no las cuestionaron (o sea, las avalaron y fomentaron) y disfrutaron de sus ventajas. Quizá de eso trate El mayordomo: basta de echarles la culpa a los demás; cada uno es responsable de las atrocidades que permite el mundo. Dicho en criollo: que la humanidad bien entendida empieza por casa.