Retrato convincente de una heroína del siglo XXI
Precandidato al próximo Oscar, este documental de Davis Guggenheim (que ya ganó uno por "La verdad incómoda") nos acerca a la vida cotidiana de Malala Yousafzai, o Malálah Yúsafzay, una criatura admirable. Todos hablan de ella con admiración. Otros, ya se sabe, hablaron de ella para matarla.
Malala es la chica de un pueblo pakistani cerca de Afganistán, hija de un docente que la impulsó a estudiar, creadora de un blog difundido por la BBC que alentaba a otras niñas a estudiar, coprotagonista con su padre del documental "Pérdida de clases, la muerte de la educación de la mujer" (A. Ellick e I. Asharaf, 2009). Demasiado crimen para los talibán de la región, que un día la bajaron del colectivo escolar y le tiraron a la cara. Por suerte hubo movilizaciones locales, un helicóptero la llevó al hospital militar cercano, y alguien contactó con el hospital Reina Isabel, de Birmingham, donde comenzaron las cirugías reconstructivas.
El gobierno de su país declaró que el agresor ya estaba perfectamente identificado. Ahí quedamos. Los doctores y periodistas hicieron algo mejor: le dieron a Malala un altavoz mundial. Su blog se convirtió en Fundación, ella pasó a dar charlas motivacionales por el mundo, interviene en la reconstrucción de escuelas bombardeadas de todas partes, escribió su autobiografía (coautora, Cristina Lamp), terminó la secundaria en Inglaterra, etcétera. El 11 de diciembre del 2014 recibió el Nobel de la Paz, compartido con Kailash Satyarthi, gran activista contra el trabajo esclavo infantil, que ha logrado liberar, reintegrar y educar a muchos niños, y por suerte se salvó de varios atentados.
Un Nobel a su edad suena excesivo. Pero fue bueno que un hindú y una pakistaní lo recibieran juntos, por la misma causa. Como es bueno que un documentalista judío haya entrado a la casa de esta familia musulmana. Guggenheim registra la vida de sus integrantes, la lucidez del padre, los quehaceres y también los entretenimientos de la chica. Ellos no se quedan en el dolor ni el rencor. Miran para adelante.
Algunos dicen que es una obra medio simplona, pero la intención no fue lucir la película, sino destacar a la chica y su familia. La emoción viene por ese lado. Otros exigen "exponer a la luz pública el aparataje mediático y mercantil que la rodea", protestan contra "un personaje que se declara libre pero sigue usando el hiyab", "no logra explicar por qué ha huido de su tierra, ni ha sabido conectar con el horror que padeció y otras gansadas semejantes que se dicen desde la comodidad de un escritorio en zona favorable. Hay gente así. Y también hay de la buena.