El perfecto asesino
Suelen gustarme las películas de asesinos profesionales. Tanto ellas como sus protagonistas tienen sus códigos y normas de conducta. La inolvidable El samurai los planteaba en la figura de Alain Delon: hombres solitarios y silenciosos, reconcentrados en su trabajo; sin distracciones, ni relaciones familiares ni de amistad, ellos practican un severo entrenamiento mental y físico, con algún hobby o manía. El samurai, de Jean-Pierre Melville cuidaba un pajarito; el de El perfecto asesino, una planta que trasladaba a todas sus viviendas; Arthur Bishop, el mecánico del título, ama la música clásica, y se obsesiona con el tiempo lento del trío Opus 100 de Schubert, sí, el mismo que popularizó Barry Lyndon. El título de mecánico no es sólo metafórico: su otro hobby consiste en reparar un Jaguar clásico, bastante espectacular, en su casa en medio de los pantanos que rodean Nueva Orleans. En general, esas cábalas profesionales no fallan y, cuando sobreviene algún fracaso, suele ser a causa de no haberlas respetado.
El inglés Simon West (Con Air) dirige esta remake de Fríamente… por motivos personales, que en 1972 protagonizara Charles Bronson como el implacable asesino, aggiornándola a los gustos y ritmos actuales, y con el aporte de la última tecnología. La estrella es ahora Jason Statham, quien encarna a un profesional independiente cuyo mayor cliente es una compañía o agencia de dudosa identidad. Toda la primera secuencia sin diálogos es una muestra de la eficiencia y perfeccionismo de Arthur para realizar su trabajo: la eliminación de un capo de la droga colombiano, en su propia piscina, bajo la mirada de un ejército de guardaespaldas. Arthur es un hombre atractivo y delicado, y rápidamente gana la confianza del espectador, a pesar de su trabajo brutal.
Su contacto con el cliente es Harry McKenna (Donald Sutherland), quien ha sido su mentor y único amigo. Una vez que la compañía ha comprobado que Harry los ha traicionado, presiona a Arthur para eliminarlo. Steve, su hijo pródigo (el versátil Ben Foster, a quien hemos visto crecer profesionalmente desde su actuación en la serie Six Feet Under, siempre en la franja de la ambigüedad, como en este film) se une a Arthur para devenir su discípulo y socio y, ya profesional, vengar la muerte de su padre. Las cosas no serán como antes: Steve quiere proceder a su modo –menos desapegado, más sádico-, y Arthur descubre el valor de la amistad, con lo cual se coloca en un lugar más vulnerable.
Si bien no tiene ningún momento brillante, y al guión le sobran clisés y le falta cierta hilación interna, el film está servido para el disfrute de los amantes de la acción, y Arthur y Steve parecen hechos el uno para el otro. Habría sido interesante que profundizara en los temas propuestos: la violencia innata, la culpa, la venganza. Pero parece que las películas de violencia actuales no tienen lugar para reflexiones filosóficas o psicológicas. Se mantiene en lo suyo hasta el final, previsible y decepcionante.
Sólo resta desear que Statham (El transportador, Crank, El gran golpe) no siga fijado en los roles de acción, pues todo hace creer que podría animarse al drama con la misma intensidad.