El juego de encontrar las diferencias ahora es una película.
Arthur Bishop (Jason Statham) es un mecánico. Pero no es que ande por la vida engrasado, con el inicio de la zona trasera al aire y rodeado de herramientas. Si, hace más de dos años que está trabajando en la remodelación de su auto de colección, pero su profesión está lejos de eso: Arthur es un sicario. Y el mejor.
Y como es el mejor, su pulso no tiembla, ya sea que tenga que matar a un jefe narco o a su mismísimo mentor, Harry (Donald Sutherland), un ex asesino sospechado de haber vendido a sus compañeros en una misión fallida en Africa.
Ahora, parte por culpa y parte por deuda, Arthur se hará cargo de Steve (Ben Foster), el hijo de Harry, que quiere vengar la muerte de su padre (a quién no ve hace años) y, a la vez, convertirse en un mecánico. Ahora, juntos deberán ocuparse de algunos trabajos ordenados por Dean (Tony Goldwin), el jefe de la organización secreta para la que trabajan, a la vez que Arthur debe cuidar tanto su vida como la del irracional joven.
El Mecánico es una película de Simon West, el laureado director del clásico Con Air (1997) y a la vez es una remake de la película homónima que Charles Bronson protagonizara en los 70. En teoría nada podría salir mal, ¿no? Error. La primera impresión nos da a pensar que El Mecánico fue dirigida a las apuradas: errores de continuidad obscenos, cortes extraños, secuencias que no aportan nada y, sobre todo, muy poco criterio en la dirección y en el guión. Por ejemplo, no se entiende el repentino interés del joven Steve, la oveja negra de la familia, en vengar la muerte de alguien que jamás le interesó.
Para colmo de males, la película, vendida bajo la manta del género “acción” es más bien tranquila. El foco cayó en la relación que Arthur y Steve intentan cosechar mientras el veterano le enseña el oficio al novato, pero creo que todos vamos al cine esperando ver al héroe de acción propinando unos cuantos golpes, y justamente eso brilla por su ausencia.
Esto no quiere decir que no haya acción. Si, la hay, pero a cuentagotas. La película, en cierto punto, intenta ser más un drama político o familiar que una obra de catastrófica violencia, y eso -con los actores que West eligió, no muy duchos en el arte dramático- es una pérdida de tiempo.
Por momentos da la sensación de que esta historia podría haber funcionado mejor como serie de tv. Con las reglas de ese formato, el argumento, desperdiciado en los 90 minutos, podría haberse desarrollado de una forma más armónica: Misiones unitarias que van formando al perfecto asesino mientras que el mentor vive bajo la culpa de haber matado a su mejor amigo. Así hasta llegar al episodio final en el que se resuelve el conflicto.
En definitiva, si quieren ver tiros, líos y demás delicias del irreverente cine de acción al que Statham nos tiene acostumbrados, esta no es su película. Ahora, si prefieren pagar una entrada para jugar a las siete diferencias entre plano y plano en la misma escena (“¡el cigarrillo estaba prendido y ahora lo vuelve a prender!”, “¡la etiqueta del disco era roja y ahora es azul!”), definitivamente van a pasar la mejor hora y media de sus vidas.