Problema único de “El mecánico”: su director –Simon West– es mediocre. Triunfo del film, motivo para verlo y recomendarlo: Jason Statham. No piense el lector que uno es un fanático que le acepta cualquier cosa. Lo grande de Statham es que suele salvar películas horribles con su sola presencia cinematográfica. Pero no solo es una presencia magnética en la pantalla, uno de esos personajes al que estamos esperando ver cómo se mueve y cuántas piñas pega, sino que aunque no parezca –porque lo suyo son las patadas, las trompadas, los tiros y los autos a gran velocidad– sabe actuar. Para que nos entendamos: solo un buen actor hace que creamos que las trompadas duelen, que los tiros son riesgosos, que el auto vuela. En “El mecánico” es un asesino de elite cuyo mentor (Donald Sutherland) es muerto. Se hace cargo de la venganza y se le adosa el hijo de la víctima (Ben Foster), que quiere a su vez convertirse en sicario. Lo que sigue es una trama convenientemente enrevesada, sorpresas de guión (en realidad, no demasiado sorpresivas) y mucha acción. Algunas secuencias tienen inventiva y están bien coreografiadas, otras no. Da la impresión de que West no entendió que el asunto es el disparate a ultranza y por eso impone en sus personajes una solemnidad que está fuera de registro. Pero no hay dudas de que Statham solo es un gran espectáculo y que solo el cine, la pantalla gigante, puede mostrar la auténtica dimensión del mejor intérprete de acción de estos tiempos que corren.