¿Charles quién? Los bigotes setentistas bronsonianos son cosa del pasado, los mecánicos mercenarios tuvieron que adaptarse o morir, y sin duda no era esto lo que iba a elegir el pelado adrenalínico del momento, Jason Statham.
A decir verdad, hace rato ya que el inglés que saltó a la fama de la mano de Guy Rithie en Snatch se ganó su nombre y apellido enlistado en los mejores héroes de acción de los últimos tiempos, y esta remake del film homónimo de 1972 hace justicia a dichos honores. Por eso Simon West, el otrora director de Con-Air, todo un conocedor del género, sabe que para ser respetuoso con un clásico no hay mejor manera que distanciarse, y poner todas las armas sobre la mesa.
La premisa, no obstante, se mantiene relativamente fiel a la original: Arthur Bishop (Statham) es un asesino a sueldo que conoce su oficio y está más que al tanto de los gajes del mismo. Uno de ellos es la soledad, otro la inevitable reclusión social, y un tercero la necesidad de no apegarse a sentimentalismos que compliquen las cosas. Éste último, como no podía ser de otra manera, será el disparador de la película: resulta complicado a veces hacer borrón y cuenta nueva, sobre todo cuando las bases del contrato huelen a engaño. Los dos primeros, sin embargo, quedan relegados a lo anecdóticos y hacen apenas eco del conflicto existencial (al estilo Charles Bronson, claro) que abundaba en la película original.
Statham cumple una vez más con su rol de imbatible (de hecho, este es un punto en el cual difiere un poco de aquel Mecánico de 1972) y carga sobre sus hombros un film que dificilmente resaltaría por sobre los demás de no ser por él. Todo un logro que hace rato es celebrado por los amantes de este a menudo menospreciado género.